Puede comer (se) casi (a) cualquier cosa, y con una eficacia terrorífica.
Por si fuera poco, vuela con vientos que mantendrían en tierra a casi cualquier ave, y se las arregla por igual en aguas del Ártico que en las del Brasil.
Cuando uno ve a estos viejos lobos de mar, con un aspecto (ver foto) que transmite vida dura, uno solo puede pensar la poquita cosa que somos sin nuestras invenciones, en comparación con estos bichos ultrarresistentes.
Se atreven con todo, incluso con aves el doble de grandes que ellos, como estos alcatraces atlánticos.

En el Gran Norte, con hambre, no dudan en atacar a garzas reales, a gaviotas sombrías, a liebres árticas y ay de quien se acerque a su nido, humano incluído, porque puede causar graves heridas con su pico.
¡Y es que menudo pico!
De cerca no se le ve tan pardo uniforme como desde la costa, siguen destacando sus manchas alares blancas, y lo que me llamó la atención fue lo pequeña que se ve su cabeza en relación al barrigón que parecen arrastrar.
Pero el sumum fue cuando apareció un ejemplar de morfo claro, casi un fantasma, que apareció de la nada, y aunque no se acercó demasiado al catamarán, nos divirtió con sus elaboradas técnicas para hacer soltar el pescado a sus víctimas.
Todo un pirata que podría contar historias que jamás creeríamos, tras toda una vida en alta mar.
Próxima entrada: págalos pomarinos, también piratas, pero muuuucho más elegantes.