Por mi 40 cumpleaños, mi esposa, pensando (me conoce bien) que me iba a entrar una bajona de aupa, decidió regalarme un viaje de fin de semana a la Mariña lucense, que, increíblemente, pese a tenerla tan cerca, o quizás por esto mismo, no conocía.
Fue un par de días tremendos y agotadores, pateando callejas, comiendo como reyes, viendo miles de gaviotas, sacando tarjetas enteras de memoria de la cámara, y bueno, todo muy concentrado pero conocimos bastantes cosas nuevas: "pa habernos matao".
El viaje empezó parando en la Playa de las Catedrales, en galego, a Praia das Catedrais, o de Aguas Santas, que no conocía pero que nunca quise visitar en verano, por su ocupación tremenda y por el muchas veces lamentable espectáculo del turismo a plena potencia acaparando un espacio tan bello.
En otoño, es otra cosa, a pesar de lo tarde que llegamos, había bastante gente aún en la playa, pero el ambiente era acogedor, con un tibio viento y el mar erizado, y como comprobamos, no exento de peligro, ya que esta playa en marea creciente es muy engañosa, y te quedas atrapado con facilidad entre las cuevas y los salientes, una aventurilla que añadió encanto a la visita.