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domingo, 11 de agosto de 2019

Una breve parada en Logroño camino del Delta

Este verano nos fuimos de vacaciones al delta del Ebro, y como no conocíamos Logroño, hicimos una parada técnica de muy pocas horas para echar un vistazo. Nos lo pasamos muy bien, cenamos estupendamente y recorrimos de manera apresurada algunas cosas interesantes, como el parque del Espolón. Aquí, el monumento al general Espartero, de finales del siglo XIX, cuyo retiro y gran parte de su vida familiar tuvo lugar en Logroño  .











El parque es uno de los pulmones verdes de la ciudad, y estaba lleno de pájaros en los árboles, entre ellos un ejemplar de verderón común (Chloris chloris).













Otro de los símbolos del paseo es el auditorio, del que mi hija hizo uso para sus gansadas. Muy poco respeto.






Nos fuimos callejeando a la Catedral, atravesando la muy paseable y disfrutable parte antigua de la ciudad, que además de peatonal, tiene una de las mayores densidades de lugares para el tapeo que haya visto, a cada cual más atractivo, especialmente en la ya mítica calle del Laurel. Altamente recomendable, cenamos más tarde estupendamente.











Ya llegando a la plaza de la catedral, después de pasar un rato fenomenal en la Librería castroviejo, que aquí recomiendo 'qué selección de obras!












Habría que decir concatedral de Santa María de la Redonda, ya que documentándose, parece ser que aunque el obispo vive aquí en Logroño, realmente las sede consagrada y oficial es Calahorra y Logroño es concatedral con Santo Domingo de la Calzada como catedral asociada.










Sea como sea, es una bonita iglesia, con un exterior claramente barroco, esta hornacina de la enorme fachada occidental lo deja bien claro.








Las 2 grandes torres, barrocas también del S. XVIII. Se repitió su modelo por varias iglesias en la Rioja.











Lo mejor (para mí, y fue una sorpresa) es el interior. Soy un enamorado de la arquitectura tardogótica, de las últimas catedrales que se hicieron en el gótico, por ejemplo de la de Sevilla. Catedrales muy amplias y masivas, precursoras de las también magníficas catedrales renacentistas de las que disfrutaría unos días más tarde en Cataluña.











Los enormes pilares, que se abren en los arcos de crucería, con bóvedas de terceletes, típicos del estilo isabelino, son prodigiosos.











En definitiva, una visita muy recomendable, habiendo un buen puñado de obras artísticas muy dignas.














De vuelta en el exterior, menos cigüeñas comunes (Ciconia ciconia) en el templo de las que esperaba, pero muy cercanas.








Poco más pudimos ver, íbamos apresurados y teníamos que descansar. Dimos un paseo por el parque del Ebro, cruzando del puente de piedra al metálico, en la foto al fondo.









Nos pasaríamos los siguientes 15 días disfrutando de este enorme río, tan diferentes sus paisajes en cada ocasión, pero siempre llenos de vida, como esta águila calzada (Hieraaetus pennatus) que patrullaba sus orillas. De morfo claro.








La Casa de las Ciencias, antiguo matadero, de 1901, que se ve en la foto anterior de la ribera del Ebro, tenía 2 ocupantes con crías, que sufrían el calor con estoicismo.










De vuelta al centro de la ciudad y a nuestro hotel, volvimos a cruzar la ribera del Ebro con las torres de la Concatedral siempre bien visibles. Prometemos volver con más tiempo.

martes, 7 de agosto de 2012

Lugares donde ver aves: Pinar del Monte Algaida, Cádiz: aves forestales.

Bueno, tenía a uno de nuestros hamsters malín y no pude mantener el ritmo del blog estos días: retomo el tema de la última entrada.
Después de la laguna de Tarelo, sale una senda que atraviesa un gran pinar de pino piñonero (Pinus pinea), sobre arenas, en el Parque Natural de Doñana, en su vertiente de Cádiz.
No es una senda sobre el mapa difícil, pero sí lo fue en la práctica, una de las más duras que haya hecho nunca, y ya es decir.

Hacía calor. Mucho. El terreno era una enorme duna, sin camino, solo arena, y para los asturianos, eso es una novedad, cuesta acostumbrarse a caminar sobre arena.
Pero lo más difícil, por momentos insoportable, fueron los insectos, me abrasaron los mosquitos, pero lo peor fueron las moscas. Cientos, cubrían mi cara, mis brazos, mis piernas, y hasta el teleobjetivo tenía decenas de moscas. Si respirabas fuerte, te las tragabas, y aunque iba bien pertrechado, con pañuelo, sombrero, antimosquitos y protección solar, gafas de Sol, etc, me agobié muchísimo, y la única razón para completar los casi 7 kilómetros de senda fue la compensación de la mucha naturaleza, y mucha novedad respecto al paisaje asturiana que representaba la aventurilla, con todo, mereció la pena.

Al grano. Siento decir que lo primero que me encontré fue una lechuza muerta (Tyto alba).
Preciosa, pero fiambre reciente.











Aproveché alguna de sus plumas, una vez comprobé que no estaba anillada, y los escarabajos (desconozco si enterradores, o carábidos) aprovechaban ya su carne.










Aunque desconozco si murió de muerte natural, ciertas desagradables pistas me ponen en la peor de las sospechas.








Y es que esta es tierra de abundantes conejos (Oryctolagus cunniculus), me los crucé por decenas, no fui tan rápido como para echarles fotos, aunque si hubiese sido un depredador, estoy seguro que hubiese comido conejo, porque de verdad qeu estaba la arena, en los bordes de los matorrales, llenos de huras de conejo.
Una nueva novedad para los asturianos, los conejos son toda una rareza por el Norte.




Había muestras en forma de esqueletos y excrementos de que el conejo es el pilar de este ecosistema, por su abundancia.









Este cráneo también lo aproveché para la colección familiar.












En cuanto a aves, el terreno era intrincado, y fabulosamente lleno de matorrales, un sotobosque sobre arenas muy interesante, para los norteños, muy extraño. Y los pájaros eran difíciles de ver, bastante fáciles de oír, y casi imposibles de fotografiar. Casi. Había rapaces criando ostensiblemente en las copas de los árboles.
Por ejemplo, una aguililla calzada (Aquila pennata). Preciosa, infinitamente más que en la foto.



Los pinos se las traían, tenían unas copas enormes, y formaban un dosel vegetal enmarañado, donde era difícil ver qué volaba, y por dónde.














Por ejemplo, los abundantes milanos negros (Milvus migrans).









En las ramas de los arbustos, como este tan adaptado a Doñana, la sabina marítima (Juniperus phoenicia turbinata), decenas de pajarillos, solo os pondré los pocos que pude fotografiar.











Como esta curruca mirlona occidental (Sylvia hortensis), que en su forma inmadura era extraordinariamente parecida a las currucas zarcerillas que muy de cuando en cuando observo en paso por Asturias.









Había muchos grupos familiares, como este adulto, y no digamos de la aún más abundante curruca cabecinegra.











Entre los arbustos, este sí es conocido en Asturias, asociado a los encinares, el rusco (Ruscus aculeatus).











También escasa en Asturias la alondra totovía (Lullula arborea), no le dio la gana de darse la vuelta.











Había un montón de cajas nido, me alegra ver que en algún sitio se acuerdan de los bichos con alas.








Los papamoscas grises (Muscicapa striata), abundantes, seguro que lo agradecen.







O los pinzones vulgares (Fringilla coelebs), que, evidentemente, lo tendrían crudo para anidar sobre la arena.










En los bordes de los matorrales, siempre estaba presente el lentisco (Pistacia lentiscus).












Pero sin duda, la planta más exótica para un norteño como yo era el palmito (Chamaerops humillis). Curiosamente, tengo uno en casa, en una maceta, pero no pinta tan vivo como estos de las arenas de Doñana.







Este trocito de Cádiz tiene una variedad de paisaje extraordinaria, con muchos ecosistemas diferentes, mezcla de monte mediterráneo, marisma, lagunas, y mar. Incluso tenían interés las zonas de cultivo y pastos adyacentes.



























No tuve el placer de comerme la afamada carne de la vaca marismeña (o mostrenca la llaman también), pero me gusta saber que aquí domina el paisaje una raza autóctona y perfectamente adaptada a las duras condiciones de este terreno tan particular.





En las empalizadas, un gran cazador al acecho, el alcaudón real (Lanius meridionalis).


















Y por todas partes, una de sus presas, la lagartija colirroja (Acanthodactylus erythrurus). No domino en absoluto las lagartijas ibéricas, así que si me equivoco de especie, podéis darme estopa con toda tranquilidad.







Pues nada, terminé la ruta con un aspecto espantoso, menos mal que después me fui con la familia a las preciosas playas de Sanlúcar, como esta de las Piletas, a medio camino entre la desembocadura del Guadalquivir y el Océano Atlántico, y con Doñana de fondo. Una maravilla.