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sábado, 26 de septiembre de 2015

Vacaciones 2015: GR92 en Cabo Cope, Murcia

Uno de mis objetivos fue recorrer el tramo del GR92 entre Cabo Cope y Cala Blanca, en Murcia, uno de los últimos tramos salvajes del Mediterráneo. Fueron 25 kilómetros de caminata a más de 30ºC sin sombra, pero fue una experiencia inolvidable y que recomiendo hacer a quien quiera explorar la Murcia más recóndita, antes que la próxima burbuja inmobiliaria (que llegará) convierta este increíble paisaje, y a su rica fauna, como este alzacola rojizo (Cercotrichas galactotes), en un recuerdo.

Como veis en el mapa, las montañas que cortan como un cuchillo estas tierras, tan cerca de la costa, obligan a las grandes carreteras a separarse de la costa, y evita que sean explotadas turísticamente. Cuanto más nos alejamos de la última zona habitada, mejores son las playas, y la sensación de esplendor de estas tierras desoladas por el Sol aumenta hasta convertirse en todo un gozo recompensado por unos paisajes casi imposibles.









La ruta no tiene pérdida, saliendo desde el Torreón en la base del Cabo Cope hacia el Norte, siempre pegados a la costa, atravesando alternativamente zonas acantiladas y playas, enlazando un buen número de arenales, algunos saladares y zonas esteparias.


En todos los acantilados escuchamos el reclamo del chorlitejo patinegro (Charadrius alexandrinus), aunque no fue tan fácil verlo, ¿a qué no? ;-)









¿Qué no lo veis? Vaaale, os lo pongo más fácil...














Mucho más fácil fue ver los muchos grupos de gaviotas sombría y patiamarilla (Larus fuscus / michahellis).












Acompañadas a veces por las más escasas gaviotas de Audouin (Larus audouinii).











Por cierto, meto a drede en el encuadre a estas mozas como homenaje, porque, aunque yo iba cargado con el equipo fotográfico y una mochila bien pertrechada, unos 10 kgs en total, ellas como veis iban cargadas como mulas, y aún así me adelantaron un par de veces. Al día siguiente me las encontraría en Cala Blanca, pero esa es otra historia.




En las zonas de salares, bastantes cigüeñuelas (Himantopus himantopus).
















También muchas golondrinas, tanto daúricas como comunes (Cecropis daurica / Hirundo rustica). En la foto, una dáurica.












Se atraviesan varios pequeños salares, es tremendo como casca el Sol aquí, y es normal por tanto que con tan elevada evaporación aparezcan estas superficies salobres.









En las zonas de retamares, una buena concentración de aves.











Alzacolas, sin ser abundantes, presentes todo el camino, que no es poco.











Como banda sonora, el taladrante sonido continuo de las chicharras (Cicada barbara).
















Currucas abundantes, entre ellas una mirlona occidental (Sylvia hortensis), aunque la más abundante era la cabecinegra. No pude fotografiar al también observado zarcero bereber, o a la liebre ibérica, que también aparecieron entre los matorrales.











Abundantísimas, las cogujadas montesinas (Galerida theklae), entre, y bajo las ramas.











Más escasa, y tímida, la terrera marismeña (Calandrella rufescens apetzii).











Estaba en su salsa en este territorio.














Donde aumentaba la humedad, sobre el lecho de las ramblas que conectan con el mar, bosquetes de taray (Tamarix sp.), por desgracia rodeados de decenas de pañuelos de papel de gente que va a hacer sus necesidades, algunas básica y otras más perentorias, amparados en su espesura.







Ya íbamos dejando atrás el fotogénico Cabo de Cope, y el cansancio hacía mella, aunque la cercanía de Cala Blanca hacía olvidar el agobio.











La ruta va continuamente jalonada de hitos de cemento, lo que facilita mucho el seguimiento de la senda, y también servía de estratégico mirador para especies tan interesantes como la collalba negra (Oenanthe leucura).









Y finalmente, alzándose sobre la Playa Larga, una playa totalmente deliciosa, llegamos al final de este semisendero, pues el camino prosigue muchos kilómetros más, pero yo preferí dejarlo en el acantilado que separa esta preciosidad de Playa Larga de la casi mítica Cala Blanca.

De esta última playa hablaremos independientemente, que lo merece, en la próxima entrada.












Ya de vuelta, por desgracia se comprueba que siendo un sendero muy poco transitado, en las zonas a las que llegan las pistas que trasversalmente van cortando el GR92 aparecen basuras y esto es un dolor, tratándose de playas vírgenes.







Un último esfuerzo caminando penosamente por las arenas de la ya más humanizada Playa del Sombrerico.










Y atajando el último kilómetro por la carretera general, llegamos de vuelta al Torreón de Cope. Fue extenuante pero encontré sorprendido un tramo de costa casi intacta en un lugar que no me imaginaba, no dejéis de conocer esta maravilla si os acercáis aquí.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Por la Bahía de Cádiz (VI): Golondrinas y vencejos.

Con la abundancia de insectos por todas partes en el mes de agosto, el cielo estaba gloriosamente saturado de aves especializadas en su captura al vuelo.
En casi cualquier cable descansaban 2 especies de golondrina que rara vez se ven juntas en Asturias.
Por culpa de la golondrina dáurica (Cecropis daurica), que en Asturias tiene una presencia muy puntual, en Cádiz la vi, en menos número que la común, pero muy extendida.










Aunque tiene una línea parecida a la común, es fácil fijarse en unos detalles muy distintivos, aparte de su manera de volar, muy elegante y particular. En primer lugar, como se medio ve en estas malas fotos (el dichoso contraluz), la dáurica tiene, detrás del ojo, una mancha de color anaranjado.








La golondrina común (Hirundo rustica) tiene, en cambio, la mancha netamente roja, y por delante (no detrás) del ojo.













Y otros 2 detalles definitivos que se ven muy bien en vuelo: la golondrina dáurica tiene una gran mancha del mismo anaranjado que la cabeza, en el obispillo, mientras la común no tiene mancha y es negra uniforme en su dorso.









Y la cola, por debajo, en la región anal tiene el diseño opuesto: negra en la dáurica, y blanca en la común, se puede ver algo de eso en las fotos.














De los vencejos, abundantísimos, se pueden ver 5 especies diferentes en Cádiz, yo pude ver 2, aunque por momentos creí ver 3, ya que estas fotos de vencejo pálido (Apus pallidus) creí, sobre el terreno, que eran de un vencejo cafre.










Al verlo desde abajo, y bajo un potente sol, la extensión de la mancha gular en la garganta parecía mucho mayor. Y las brillantes alas parecían de bordes blancos, como el cafre. Fue impresión mía favorecida por el Sol, en realidad es el efecto de la luz que hacía las alas traslúcidas.

Lástima, porque me hubiese gustado encontrarme a los cafres.