Bueno, pues en mi caso, a mí no me pillan.
Y es que ya hace un tiempo que me hago mi
propio pan. Uso una máquina panificadora, que es una joya. Y así, casi
milagrosamente, salen estas maravillas que son nuestros panes de a kilo, que hacemos
con ingredientes completamente naturales.
Periódicamente, una conocida cadena de supermercados alemanes las oferta a unos precios ridículos en relación a su calidad.
Una tendencia actual, cuando se refiere a
criticar la alimentación industrial, es meterse con los ingredientes
perniciosos, resaltando lo bueno de usar ingredientes naturales seleccionados
por uno mismo.
Es cierto: mis panes son variados, y solo usan
granos controlados: trigo integral, centeno, avena, maíz, escanda, y fermento
natural, una cucharada de aceite virgen de oliva, algo de sal marina, un poco
de azúcar cuando hacemos pan francés, y cuando hacemos pan de chocolate, pues
eso, chocolate.
Y eso se nota, porque el cuerpo sabe lo bien
que le sienta, y lo fácil que es digerir todo esto. No voy a entrar en detalles escatológicos, pero menudas bostas: ni hemorroides ni nada que se le parezca, una gloria.
Pero vayamos un paso más allá, y dejadme meter
una pequeña comparación, para que todo el mundo lo entienda: si nos vendiesen
el sexo como nos venden la comida sana, por sus propiedades cardiosaludables y
por el ejercicio que se hace en la cama, creo que hace miles de años que se hubiese
extinguido la raza humana. y es que hay algo más, ¿verdad?
El pan que sale de mi panificadora es
visualmente feo, cada uno sale diferente. Pero su olor, ya desde la
preparación, es embriagador, huele toda la casa a cereal caliente, ¡huuuum! Ya
apetece desde antes de estar hecho.
La corteza no es tan dura como el pan
industrial, ni la miga tan blanda, y la consistencia al morder es irregular, se
nota ligeramente el grano, y esto hace que dure sin perder sus
atributos, no se enrancia ni se ablanda o queda duro.
Pero volvamos al sabor: es sensacional, a uno le
vienen recuerdos de la infancia, cuando el pan era pan, cada tipo de pan sabe
sutilmente diferente, pero todos son honestos, “saben”, por ejemplo este que os
pongo en la foto, pan completo, tiene sabor a regaliz, a malta tostada, un poco a
cerveza negra, huele a pan, pero también a heno recién cortado, un poco a cerezas...a trigo pero también al centeno, son muchos matices que vas
captando uno tras otro, como un buen vino. No intentéis esto con un pan de
mercadona…sería imposible.
Pero aún hay otra vuelta de tuerca, porque siguiendo la metáfora, el sexo está muy bien, pero si la relación con el otro sexo solo fuese sexo, andaríamos como los perrinos, oliéndonos los culos por las esquinas, y aún vestiríamos taparrabos. De nuevo, hay algo más, hay ternura, hay caricias, hay compromiso, hay toda una cultura y una organización. En las personas...y en el pan.
Y es que nadie (bueno, yo a veces sí) come el pan solo.
Y este pan tan rico, tan fragante, no se puede comer con cualquier cosa, porque acabas poniendo cara de pedo y tirando la comida a la basura si lo que comes con pan no guarda pareja calidad.
Un buen pan blanco, con harina de trigo, pero entera, con un buen dulce de membrillo casero, es excelente; un pan de centeno, mojado en la salsa de una lubina hecha al horno, sin prisas, gloria pura; un pan de escanda, con una buena rodaja de chosco de Tineo, con su lengua, su pimentón de carmencita, tremendo; el pan integral, recién hecho, mojando unos huevos ecológicos, con su yema brillante y firme, o una carne guisao, de xata roxa, rehogada con pimientos a la leña del Bierzo, con un buen vino saboreado en compañía; incluso un pan de chocolate, mojado en un café 100% arábica de Nueva Guinea, dulce y suave al paladar...y así un largo etcétera.
Vivimos en una época en la que mucha pobre gente pasa dificultades para llegar a fin de mes, y nos meten en la cabeza que la solución es comprar precocinados industriales, que no son más que mierda (con perdón) en bonitos envoltorios. Dejando atrás los problemas de salud que causan, creo que lo más grave es que hay toda una generación de niños que nunca han visto cocinar a sus padres, que piensan que comer es meter un envase en el microondas o freír, como mucho, en la sartén. Se pierde una cultura, el cariño por los ingredientes honestos, por la calidad y por los olores, los sabores, se pierde el amor por las cosas bien hechas.
Y para encima no se ahorra absolutamente nada: se paga un dineral por basura, y mientras tanto parece que nadie se quiere dar cuenta que unas xardas al horno, unas carrilleras guisadas, un puré de calabacín, una empanada de sardinas...y así cientos, miles de platos, son baratísimos, excelentes nutritivamente y reactivan nuestros sentidos, nuestras ganas de comer, de saborear...de vivir.
Y respecto al pan...hace 30 años nadie pasaba hambre, y había mucha menos disponibilidad de dinero y de comida. pero se comía pan, mucho pan, en mi casa, no menos de 2 barras (de panadería de barrio, aún me acuerdo que olía todo el barrio del Coto a pan cuando bajábamos al cole, andando, por supuesto).
Y es que desde que hacemos pan, en esta casa comemos menos comida, las raciones son más pequeñas, porque comemos mucho pan, y el pan llena, nutre, y acompaña a otros platos, los complementa, y no necesitas comer más.
Valga esto como alegato: hay que volver a los mercados, a las pescaderías, a las carnicerías del barrio, incluso a las de algunos supermercados si los encargados tienen la sabiduría de ofrecer productos razonables: saber distinguir la puntapierna del jarrete, un salmonete de roca de uno de costera, saber comprar barato en temporada, siempre hay buenos cortes tirados de precio, siempre hay pescado, fruta, hortalizas de temporada, y hoy en día tenemos unos congeladores espectaculares para hacer remesa de estos alimentos frescos: ahorrar comiendo mucho mejor.
Cuando veo a una madre joven comprando filetes de panga (o de salmón chileno) a 8€ el kilo me apetece cogerla del moño y decirle "¡pero si tienes los gallinos al mismo precio, y la palometa más barata, y la bacaladilla a la mitad, y son más ricas, más sabrosas, nutren mejor y las traen de aquí mismo, y no en un avión de otro continente!". O al papá que carga el carro de pizzas y otros precocinados pensando que es lo que más va a contentar a sus hijos, cosa normal si no conocen otra cosa, pero encuentro imposible que una buena cinta de lomo de gochu del país, rehogada y al horno, no satisfaga sus papilas más que un san jacobo congelado lleno de rebozado, queso que ni es queso y carne de ¿qué mamífero? A saber...
Supongo que la culpa no es de la mamá, ni del papá, es de la industria, que tiene bien atados a los gobiernos, que en vez de preocuparse de otras chorradas, deberían enseñar a consumir responsablemente a sus ciudadanos. Ahorraríamos en hospitales, en psiquiatras, y sobre todo en fealdades.
Ante la duda, preguntad qué comían vuestros padres, empezad por cosas sencillas. El resto caerá por sus propio peso, yo ya he empezado. Y me llevo a mi hijo al mercado, y ya sabe lo que es una palometa...
Y mantiene mi pan riquísimo 5 días, bueno, supongo que más, pero nos lo comemos normalmente mucho antes jeje.
No se trata de poner freno al progreso, se trata de no ser idiotas. Digo yo.