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jueves, 8 de diciembre de 2011

Mi viaje a Malta: Último Día.

Bueno, pues finalmente el último día llovió, y lo dedicamos a tomarnos el último capuccino en el Cordina, a pasear por última vez por la Valletta, y a tratar de llegar a Medina, la ciudad antigua, amurallada, anexa pero independiente a la ciudad más grande de Malta, Rabat.
Para ello cogimos un autobús, autobús que a mitad de trayecto nos dimos cuenta que iba en dirección contraria. Rápidamente establecimos una comisión de emergencia, y decidimos bajarnos lo más cercanos a la pequeña ciudad de Mosta, antes de acabar en la otra punta.
¡Pues vaya si lo hicimos bien! Paramos en pleno casco histórico de Mosta, otra delicia de calles estrechas, callejones tranquilos y tienditas de oficios inverosímiles.
Pero si por algo destaca Mosta es por su Iglesia-Rotonda.
La 3ª del Mundo en tamaño: es la repera en una ciudad tan humilde que hace 2 siglos se proyectase esta enormidad.










Y si por fuera ya te quedas con la boca abierta, la cúpula (mejor digamos "el cupulón") sobrecoge. Os consta a muchos mi agnosticismo militante (que no ateísmo), y mi desconfianza hacia la iglesia organizada, pero al salir de la iglesia, que era de entrada libre, no pude por menos que dejar unas monedas de donativo. De bien nacidos es ser agradecido, y el estado de belleza, limpieza y orden en el que se conserva esta iglesia, ya lo quisiéramos en España con monumentos mil veces más populares, o turísticos.







¿Y ahora cómo salimos de aquí?

Pues en Malta es fácil: en las paradas de autobuses, hay un señor de uniforme que te informa a su manera, pero siempre eficazmente, de cómo llegar a todas partes. Esperamos media hora, llegó un autobús de los que circulaban por España hace 30 años, pero que, parada a parada, nos fue acercando a Medina.

Y cuando no sabíamos si pararía, el propio conductor, en maltés, se paró para indicarnos (como pudo), que, puesto que evidentemente teníamos pinta de turistas, quizás nos interesase parar allí.

Así de sencillo fue todo.





Una vez en Medina, la maravilla: una ciudad entera llena de palacios, de esquinas cambiantes a cada paso, de vistas sobre toda la isla de Malta. Un esplendor luminoso y que solo la lluvia intermitente interrumpía a ratos. Si ampliáis esta panorámica, veréis La Valletta, a la derecha, y a la izquierda, Mosta, con su cúpula.


Visitamos la catedral de Medina, del mismo estilo que todas las vistas en malta: caliza amarilla por fuera, y aspecto adusto, pero interior maravilloso, barroco, mármoles y dorados donde alcanza la vista.














Nos hicimos unos pequeños expertos en identificar tumbas de mármol, su prominencia, audacia, austeridad o simple belleza. Suponiendo que estaría diseñada muchos años antes de morir su dueño, resulta de una melancolía reconfortante pensar en lo mucho y rápido que pasa el tiempo, y lo poco que vale nuestra vida, comparada con la eternidad que la rodea: el antes y el después son infinitos, y nuestros problemas cotidianos se pueden reducir, por pura lógica matemática, a 0.



Paramos a comer en un restaurante escondido tras esta esquina del ¿ayuntamiento? (No nos quedó claro).
tras un palacio, apareció un restaurante tan exquisito en el trato como en su comida. Nunca había comido una pechuga de pollo asada, con salsa de setas y "rosted potatos" tan rica, en mejor compañía, y en escenario más romántico. Encantador.








Nos perdimos por las callejuelas buscando nuevas vistas, y las encontramos, antes de que cayese la tormenta. De nuevo, Mosta en la lejanía.




Visitamos, urgentemente por la tromba de agua que anegaba por momentos Medina las tiendas de artesanía de vidrio, traída de Murano, lugar que ya habíamos conocido, y donde apetecía comprarlo todo, aunque el viaje de vuelta hubiese sido un poco ajetreadillo, así que tuvimos que desistir.

Bajamos en un taxi compartido con unos alemanes, mientras se inundaban las carreteras y el taxi se convertía en un vaporetto difícil de conducir hasta para un maltés, pero después de alguna anécdota en la traducción inglés-maltés-alemán-español obligada para pagar a escote, llegamos a nuestro hotel.

Nos vestimos de gala para cenar en el restaurante, con un último acto consistente en zamparnos un menú degustación en 6 actos + postre que me dejó preparado para lo que vendría al día siguiente: avión a las 5 de la mañana, aterrizaje en Madrid, paseo por la abigarrada y agobiante Gran Vía, y ALSA Supra hasta Gijón.

Llegamos muertos, pero cargamos pilas para mucho tiempo, descubrimos una tierra y a unas gentes excepcionales, y colmó nuestras expectativas.

De lo que pasó en la habitación del Hotel durante el viaje no os cuento nada por pudor, pero teniendo en cuenta las vistas que aquí os pongo, desde la ventana, comprenderéis que la inspiración fue máxima.

Bueno, pues espero no haber aburrido a nadie con el relato, y vuelta a la normalidad.








martes, 6 de diciembre de 2011

Mi viaje a Malta: Día 3.

Amaneció un día espléndido, y decidí cambiar el plan para ir a la isla de Gozo: buen plan, porque al día siguiente no paró de llover.

Así que autobús al otro extremo de la isla, para poder cruzar el estrecho brazo de mar que separa la isla de Malta, cosmopolita y urbana, de la isla de Gozo, un paraíso tranquilo y lleno de pueblos y agricultura.
Desde el ferry ya se vislumbraba la isla vecina.
O debería decir islas, porque a medio camino está la mítica isla, para los soñadores, gente con ganas de perderse, y especialmente, los buceadores, de Comino, una lengua de tierra que tiene una playa rodeada de aguas turquesas, la famosísima Blue Lagoon.
Ejeeem, la vimos desde el barco, y en Asturias hay una docena de playas de aguas mejores, y con más encanto, pero mejor que no se entere el turismo internacional, porque viendo la cantidad de taxis-barco que estaban por allí (en noviembre, no me imagino en agosto), mejor que otros se lleven la fama, nosotros nos quedamos con las playa a secas.

Llegando a Gozo, por el pequeño puerto de Mgarr, el paisaje impresiona: una isla plana por el centro, acantilada por todo el perímetro, absolutamente llena de cúpulas de iglesias: una en cada pequeño pueblo, es la concentración más alucinante que he visto de arquitectura religiosa, si exceptuamos Roma y Venecia, que también me sorprendieron.




Autobús para la capital, Rabat, que los británicos (cómo no) transformaron en Victoria, y paseo por la Medina, que sigue con el mismo callejero que en la época árabe: una maravilla de piedra caliza, presagio de lo que veríamos (pero a lo bestia) al día siguiente en la ciudad más grande de Malta, Rabat, y su propia Medina.

La catedral, pequeñita, pleno barroco, espléndida, y con unas vistas increíbles.
Y en su interior el mismo decorado barroco, llenando de mármoles la vista, las tumbas en los suelos, pan de oro por todas partes: deslumbrante. Una sola diferencia: no le pudieron poner cúpula: no hay problema, la pintaron por dentro, y parece que la haya, tal es la maravilla de los frescos del techo.










Desde el exterior se domina TODA la isla (no eran tontos los árabes), esta panorámica, aunque sea un poco incordio, merece la pena verla en grande, o mejor descargarla y ampliarla: se ve todo el Norte de la isla de un vistazo. Pequeños pueblos, grandes iglesias, terrenitos de vid, cereales, frutales, un paisaje para perderse.

A destacar, sin duda, porque se ve desde toda la isla, la iglesia del pueblo de Xewkija, absolutamente enorme, la 4ª ó 5ª cúpula más grande del planeta, en un pueblo que no llega a los 1.000 habitantes. Es una iglesia que no llega a los 40 años, y cuyo interés es indudable, aunque nos perdimos en el autobús de vuelta y no la pudimos ver más que de lejos.














Comimos en Victoria, de nuevo hasta casi reventar, disfrutamos de los calamarini, del queso de oveja de Gozo, y del buen vino blanco Maltese Falcon, ¡qué recuerdos!

Pues vuelta al autobús, al ferry (ni una condenada gaviota en el mar), y al hotel, cansadísimos pero plenamente satisfechos por la excursión.





sábado, 3 de diciembre de 2011

Mi viaje a Malta: Día 2


Al día siguiente, tiramos directos a desayunar al Café Cordina, un local bicentenario, con fama de caro pero pintoresco: satisfizo todas nuestras expectativas. Pedimos un capuchino y un par de croissants rellenos de crema y chocolate, y cuando ya habíamos tomado el café, y pensábamos que se habían olvidado de traernos los pasteles, un camarero, ataviado con la librea que hoy en día solo sale en las películas de época victoriana, nos avisó, quizás preocupado por nuestra cara de decepción, que los pasteles se hacían “en directo”, y que tardaban un poco, ¡alucina, vecina! Así que lo pagamos por el tremendo café y los exquisitos y recién hechos pasteles mereció la pena. Fue nuestra 1ª experiencia con el estilo tranquilo de la restauración maltesa, exquisita en aromas y sensaciones, pausada en el trato, sin prisas, y con mucho mucho cariño en todo lo que hacen...igualito igualito que en España, vamos...

De allí nos fuimos a la Co-catedral de St John, una construcción mamotrética por fuera, enorme, encajada en el casco urbano, con tan poco espacio alrededor que me fue imposible sacarle una foto entera, tuve que cortarlas y unirlas, lo que se nota en esta foto retocada, muy mala por la angulación, pero solo para que os hagáis una idea.




Sin embargo, por dentro, era todo esplendor y oropeles: una maravilla de mármoles, frescos y dorados, barroco puro en cada pared, en cada techo, el culmen de este estilo. Las fotos no son muy buenas, porque la luz era escasa, y no se podía usar ni trípode ni flash, pero al menos dejaban tirar fotos en estas condiciones, cosa que en España está vedada, por desgracia.





Y las capillas, otro gozo, una por cada "casa" de la orden de Malta, menudos eran los maestres...
Además disfrutamos de las obras de Caravaggio, que pasó parte de su vida aquí y tiene un oratorio con parte de sus mejores pinturas. Casi nada.

Salimos hacia el Museo Arqueológico, y nos empapamos de hipogeos, enterramientos y monumentos megalíticos varios. Los europeos del neolítico, toda una rama de la prehistoria vacía y por explorar. Aprendimos muchas cosas.







Y bajamos al embarcadero, y al ferry que cruza la bahía en 5 minutos para llegar a Sliema, pocas veces un viaje tan corto da vistas tan hermosas: desde el barco podíamos admirar la fachada Oeste de La Valletta, que se enseñoreaba con la aguja de la Catedral anglicana de St Paul y con la gran cúpula de la Iglesia de los Carmelitas.




Sliema, al otro lado de la bahía y puerto de Marsamxett, es la zona más turística de Malta, y se prolonga hacia el oeste en varias zonas diferentes. Podéis ver un mapa aquí.
Para conocerlas, atravesamos por el mismo medio de la población, y milagrosamente, porque el lío de callejuelas, de un trazado claramente árabe, se las traía, conseguimos llegar al otro extremo de la península, en su límite con la zona de St Julian. Aquí, de nuevo, un paisaje excepcional, con la Iglesia de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Y los edificios neovictorianos enmarcando Balluta Bay.
Allí mismo paramos a comer, en lo que parecía un chiringuito de comida rápida, pero resultó un restaurante de amistoso servicio e increíble comida. Yo me zampé un rissotto de perdiz que pesaría un kilo, las raciones enseguida nos dimos cuenta que son enormes, no así el vino, que por razones de impuestos, es mucho más caro y escaso que en España, al contrario que la comida (a reventar en todas partes).
Y de allí, por toda la fachada de la península, en dirección Este, comprobando que ni a lo lejos se veía una simple gaviota, ¡qué decepción!
Fue un buen paseo, que acabó en el único centro comercial de Malta que se puede denominar así. Entre tiendas de playmobil (hay fábrica en Malta), y de ropa interior Piccininno, que están por todas partes (suele suceder que los países fervorosamente religiosos como es Malta, tengan una afición desmedida por la lencería picante...), llegamos al mirador del que dispone el centro, que de nuevo nos proporcionó una vista de La Valletta, en la otra orilla, bellísima.


Nos tomamos un spresso lungo en la terraza del lujoso Hotel-Spa Fortina ¿Cómo no se van a agarrar los ricos a sus privilegios existiendo maravillas así!!!!!
Y después de callejear un poco buscamos la Iglesia del Sagrado Corazón de Sliema, que desde lejos parecía enorme pero estaba tan encajonada que sospecho se diseñó para envidia de los que la veían de lejos, aunque de cerca fuese más sencilla.

Pues nada, vuelta al ferry, una vueltecita por La Valletta, y para el hotel. Cansadísimos, pero llenos de nuevas experiencias.

El 3er día, nos fuimos a la isla de Gozo, que como su nombre indica, fue pues eso: un gozo.

En la próxima entrada de este blog.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Mi viaje a Malta: Día 1.

Después del vuelo cargado de cosas raras que suele caracterizar a ryanair (no se puede uno quejar por 6.99€...), aterrizamos en Malta.
Bajamos a la capital, La Valletta, donde teníamos el hotel, en taxi, el 1er contacto, surrealista: hay que prepagar el taxi a una señora de unos 90 años que está en una cabina en el aeropuerto, y el taxi hace la carrera más rápida que yo conozca para un transporte público: de rallie por la isla. No sería la última vez, los malteses conducen como si les fuese la vida en ello, y de hecho, muchos la pierden en el tráfico.

Habíamos reservado en el seguramente mejor hotel de la isla, el Phoenicia, un enorme hotel 5 *****, art-decó, y con servicio como en las películas: botones, conserje y camareras que te entraban diplomáticamente a las 7 de la tarde en la habitación a ventilar las sábanas, aunque estuvieses en pelota picada o vistiéndote para cenar, como fue mi caso...
La cuestión es que el hotel es una maravilla, sus vistas sobre La Valletta, preciosas, y está situado a la entrada del recinto amurallado y frente a la estación central de transportes de Malta, por lo que no nos lo pensamos cuando vimos que, por temporada baja, había un descuento ¡del 75%! Así que estuvimos 4 noches, durmiendo como los ricos, pero pagando como los pobres que somos: excelente.

Nada más echar un pis y flipar con la habitación, nos desplazamos hacia la costa Este de La Valletta, que como veis en este mapa, es una pequeña península rodeada de 2 profundas y extensas bahías, que conforman, en conjunto, uno de los puertos naturales más amplios del Mediterráneo.

Llevábamos los días contados, y no podíamos desplazarnos a una de las joyas de Malta: "Las 3 ciudades", ciudades históricas situadas al Este de la capital, pero al menos no renunciamos a verlas de lejos, y vaya si mereció la pena situarnos sobre el "Gran Puerto" (Great Harbour oficialmente) y observar la otra orilla: increíble.

Si ampliáis la panorámica veréis que toda la costa está amurallada y almenada: normal en una isla que sufrió el ataque sucesivo de fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, aragoneses, árabes, castellanos, turcos,  franceses e ingleses, sin contar los piratas que de vez en cuando rompían las defensas y se llevaban a TODA la población de la isla para venderlos como esclavos...así no es de extrañar que toda la costa alrededor de las ciudades esté bien amurallada y defendida por enormes fortines.

De izquierda a derecha, en la imagen de arriba, veréis el Fort Ricasoli, después el Fort St Angelo, y luego las preciosas e inexpugnables ciudades de Vittoriosa y Senglea, una vista deliciosa al otro lado del puerto.

Fort Ricasoli es un enorme espigón que cierra la bocana del puerto, y seguidamente, tenemos Villa Bighi, un enorme Hospital naval que hizo de la isla, bajo dominio británico, la base médica más grande del Mediterráneo.

En esta ampliación de Villa Bighi se observa la magnífica arquitectura, del S XIX, y las dimensiones del conjunto.









Pero sin duda las estrellas a este lado de Malta son Senglea y Vittoriosa, impresiona su arquitectura, sus basílicas, su estilo fortificado, bueno, a mí me quedaron todas las ganas del mundo de visitarlas en otra ocasión.



Después de visitar la fachada marítima que da al gran puerto, atravesamos La Valetta hacia el Norte, buscando el Fuerte St Elmo, otra fortificación con baterías. Estaba cerrada, pero disfrutamos de las callejas, cada una diferente, llenas de iglesias, tiendas pequeñas de artesanos y hornacinas con vírgenes y santos gremiales, realmente uno se podía pasar horas escrutando cada fachada.















Del Fuerte St Elmo, que veis en esta foto, nos dirigimos al borde del mar, por la Boat Street, donde ya empezaba la fachada más marinera de La Valletta. 










Aquí, la vista es hacia la otra gran ensenada de Malta, la del puerto de Marsamxett, con la vista impresionante que aquí veis, con la isla fortificada de Manoel en el centro, y enfrente, Sliema, que fue la única zona de edificación moderna (y fea) de toda la isla. Es una zona de resorts para el turismo veraniego, y no pega ni con cola con el resto de la bahía, que es un gozo arquitectónico.
Al día siguiente exploraríamos esta bahía.

La mayoría de la arquitectura de las islas de Malta y Gozo está hecha artesanalmente con piedra caliza que aquí llaman “lime stone”, autóctona, de un tono ocre pálido, que lo domina todo, te acostumbras a que todas las casas sean de la misma factura, ya sean monumentales, como en la isla Manoel, y en las casas más modestas, y luego cuando vuelves a España te espantan las aberraciones urbanísticas que florecen por doquier.

Para volver al casco antiguo, la subida desde el puerto nos reservaba una sorpresa inmensa, nunca mejor dicho: la enorme catedral anglicana de St Paul, con la aguja que aquí veis en 1er plano, y la no menos apabullante Iglesia de los Carmelitas, cuya cúpula se ve por detrás, y que domina la fachada de La Valletta desde toda la isla. También la veríamos mejor al día siguiente desde el ferry que iba a Sliema.














Callejeando por La Valletta se nos hizo de noche, disfrutamos de la iluminación navideña (a los malteses aún les encanta la navidad per se, sin el añadido comercial que aquí tenemos).




Y para el hotel. Al día siguiente visitamos lo que nos quedaba de La Valletta, y por la tarde, la maravillosa Sliema.

Para la siguiente entrada.