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sábado, 27 de octubre de 2012

Entre Caleao y la Felguerina (IV): Paisaje y paisanaje

Del paisaje de Caleao poco puedo añadir que no se haya escrito ya. Aunque ahora no se habla mucho del tema, estuvo a punto de montarse un embalse en este lugar, que anegaría un valle precioso y a toda la naturaleza que contenía. No todo iban a ser malas cosas con la crisis, gracias a ella hay unos cuantos miles menos de chalets construídos en la costa, y un montón de proyectos del desarrollismo más casposo se han quedado (por ahora) en el cajón.



Cualquiera que haya paseado desde Caleao, en dirección a los Arrudos, o hacia Pandefresno, o hacia Isorno, habrá sentido la abrumadora sensación de estar en un paisaje único e irrepetible.


Por desgracia, con algunas célebres excepciones, pocos han sido los vecinos conscientes del privilegio que para ellos significa vivir aquí, y es muy triste que incluso algunos (a alguno lo conozco), dejasen caer que ojalá se hiciese el pantano para vender las fincas expropiadas y hacerse con un dinero.

Creo que sus padres, y no digamos sus abuelos, se revolverían en sus tumbas con estas palabras.
Paisanos que hacían maravillas con la tierra, que extraían con su esfuerzo comida para familias numerosas (la de mi padre fueron 7 hermanos...), y que con un par de vacas y un azadón exprimían la productividad cuando no había fertilizantes, tractores con aire acondicionado ni ordeñadoras con conexión bluetooth. Esculpían literalmente el paisaje, conocían cada rincón y amaban cada árbol del camino. Y hacían maravillas, a pequeña escala, como esta portilla de caprichosa arquitectura.


Dentro de la adversidad, sabían divertirse, y aunque jamás habían pisado una escuela politécnica, o una universidad, creaban con sus manos y su imaginación objetos sutiles y bellos, que trascendían la mera utilidad, con una practicidad a prueba del clima asturiano, de los dientes de las bestias, y del destino, como esta cabaña con "ático", para meter el producto de la siega desde arriba.




Hoy en día todo esto se ha perdido. Y no sigo, que me muero de pena.

martes, 23 de octubre de 2012

Entre Caleao y la Felguerina (III): Más plantitas.

Bueno, acabo de volver de ver la TV, solo la veo una hora a la semana, y mereció la pena: la 2ª temporada de Homeland pone los pelos de punta, no os la perdáis.

Por lo demás, sigo subiendo el camino hacia las cabañas de la Felguerina, y ya a bastante altura, se produce la transición entre el robledal y el hayedo, y hay una mezcla fantástica de especies de plantas, que os voy a poner aquí, no exhaustivamente, por supuesto.

Una de las más atractivas es el endrino (Prunus spinosa), cuyos frutos estaban en plena maduración.





Hay pocas sensaciones más refrescantes que meterte un puñado de frutos crudos y sentir la mezcla de amargor y acidez que aportan. Gustos raros, supongo.
Los utilicé culinariamente cuando cocinaba para mucha gente, en mi época en Tineo, la caza mayor que me regalaban, y tuve mi época de pacharán, pero en crudo me chiflan, sobre todo cuando hay sed caleya arriba.




De frutos superficialmente parecidos, el pudio (Rhamnus alpina), un arbusto muy discreto cuyas onduladas hojas siempre me llamaron la atención.









Algo emparentado, el arraclán (Frangula alnus), otro arbusto para iniciados, tóxico y hermoso.









Este sí lo conoce todo el mundo: el acebo (Ilex aquifolium), os pongo estas 2 hojas porque a distancia, las confundí con una pareja de salamandras, y la sorpresa fue tan grande al ver lo que eran en realidad que las retraté.








Otra muy conocida, el avellano (Corylus avellana), presa de cientos de golosos comedores de sus frutos. No voy a contar lo que me parece que la mayoría de las que comemos vengan de Turquía...










Seguimos con más arbustos, en este caso, el cornejo (Cornus sanguinea), otro gran hacedor de setos y de espesura donde se refugia la fauna.









Por la misma línea, llegamos a la hiedra (Hedera helix), una gloria para las aves, por su follaje siempre verde, su intrincado desarrollo y sobre todo, sus bayas de invierno.








Pasamos al rosal silvestre (Rosa sp.), una rica fuente de vitamina C para todo el que se atreva con el  peludo contenido de sus frutos.










Y terminamos ya con la señora de las zonas altas del valle: el haya (Fagus sylvatica), una recién llegada a nuestras montañas que ha configurado un paisaje único y reconocible en la Cordillera Cantábrica.





Paisajes como este, del Valle de Xulió y la Collada del Arco, indescriptible.
En la próxima entrada, las últimas plantitas, las del hayedo.




jueves, 18 de octubre de 2012

Entre Caleao y La Felguerina (I): trepadores azules y otros.


A finales de agosto me fui a caminar con mi hijo en dirección al Valle de Xulió, en Caso, una zona espectacular en riqueza natural y sobre todo en belleza.

Al final la vagancia nos hizo parar en la zona de la Felguerina, pero lo pasamos muy bien.

Vimos muchas cosas, hoy empiezo con los paxarinos, entre los cuales, el más abundante fue el trepador azul (Sitta europaea).


Como podréis comprobar, el ser abundante y encontrarlo en varios sitios, por ejemplo este ejemplar en un tronco, no significa que sea fácil fotografiarlo, ya que se mueve constantemente, y siempre a la sombra del bosque, por lo que es bien difícil atinar.








Este cazaba en un hábitat diferente, entre el musgo, y con mucha eficacia.












Y este otro me lo encontré en un sitio bien raro para esta ave, en el suelo de un camino.







 
Supongo que cazando las hormigas que en esta época estaban muy activas por todas partes.










Acompañaba esta excursión al suelo del trepador azul un macho de pinzón vulgar (Fringilla coelebs), que aunque de morfología bien diferente, si os fijáis su diseño cromático es bastante similar.










Además del trepador, de nuevo me encontré, lejanos, y en las perchas que tanto le gustan, al papamoscas gris (Muscicapa striata), este año pude observar muchos, pero es solo una apreciación personal.








Lo que siempre es abundante en el momento de la excursión, al final del verano, es el petirrojo (Erithacus rubecula), en versión juvenil, casi por todas partes.










Esta abundancia y facilidad de localización, por desgracia para ellos, se verá autorregulada por lo fácil que resulta cazar a estos jóvenes y por la fragilidad propia de esta edad, que en estos momentos en los que escribo, cayendo las primeras nieves del otoño, se verá muy claramente.








Y observándolo todo, incluídos a nosotros, la corneja negra (Corvus corone).











Y lo que a lo lejos tomé por una borla de plumas, resultó ser un trozo de la algodonosa cola de un lirón gris (Glis glis). No temáis, ya sea el depredador un azor, una marta o un gato montés, se quedaron con la cola en las zarpas, y el lirón, con esta estrategia, se quedó sin parte de su colita pero vivirá una temporada más. Eso sí, no es como en las lagartijas: los huesos de la cola no se regenerarán.