
Hace unas semanas, tras volver (bastante desilusionado por la escasez) de censar aves acuáticas por la ría de Avilés, me sucedió algo que si no se cuenta no se cree, y a ello voy.

Mientras estaba tomándome un café calentito en la cocina de mi casa gijonesa, oí a mi hijo llamarme a voces. Los que tenéis hijos adolescentes ya sabéis que te suelen llamar en ese tono unas 40 veces al día, así que no le presté demasiada importancia al asunto.
Cuando llegué un par de minutos después, me encontré a mi hijo mayor sacándole fotos en ráfaga como un poseso con su cámara a "algo" que estaba posado en el alféizar de su ventana, y a mi hija pequeña tirada en el suelo muerta de risa.

Pero esta vez me quedé fuera en estado de shock cuando vi que lo que estaba a escasos centímetros de mis hijos era un búho, que al instante, con toda la sorpresa del mundo, identifiqué como un búho chico (Asio otus).


Antes de que mi hijo quemase el obturador de su cámara, y con el miedo (como veis por sus excelentes fotos infundado) a que no pudiese inmortalizar este momento único, le arrebaté la réflex de las manos y le tiré unas pocas fotos, porque no es algo que sin pruebas la gente se crea fácilmente, de hecho al difundir entre los colegas alguna foto por whattsapp me decían medio en broma medio en serio que dejase de poner peluches en la ventana...


Pero no, solo había que mirar al afilado pico y a esas tremendas garras para darse cuenta que de peluche nada, teníamos frente a nosotros a una pequeña máquina de matar roedores.

Por cierto, una gran sorpresa comprobar lo alargadas y estrechas que son las alas de este búho, que volaba con una elegancia indescriptible.
