Nos salió bien, así que esta playa se va directa a mi lista de favoritas.
El mal tiempo hacía que hubiese muy pocos turistas, y los que había eran de los que a mí me encantan: educados, silenciosos, respetuosos, y yo diría que extasiados ante lo que veían.


Una vez allí, dejamos el coche y avanzamos caminando por una pista muy amable, unos 10 minutos, hasta que llegamos a un cierre ganadero, que muy inteligentemente, protege el litoral del paso de todoterrenos, y filtra el tipo de gente que llega a la playa. Serán imaginaciones mías, pero cuando hay que caminar unos pocos centenares de metros, las playas mejoran exponencialmente.
Bueno, pues antes de llegar a la Ermita de San Antonio, colgada del acantilado, un caminillo aparece a la derecha y nos lleva a esta sublime playa, aunque me parece más cala que playa porque es de reducidas (pero gloriosas) dimensiones.
Lo tenéis en el mapa, el camino que seguimos está en verde (dimos muchas vueltas, cosa que me encanta hacer y pocas veces tengo la oportunidad).
La playa de San Antonio tiene una arena tostada muy fina, de las más agradables que haya visto en Asturias, y aunque la conocí en marea alta, es una preciosidad, limitada a ambos lados por unos acantilados de lapiaz que las olas besaban con bastante brutalidad. Hay cuevas en todo el borde externo, y, al menos en marea alta, me pareció que la mar era bastante brava, ¡precaución!
Estábamos unos cuantos textiles (más que por pudor por frío), y algunos nudistas de la 3ª edad, todos en un ambiente de mutuo respeto que me encantó, y no se oía ni un ruido, si acaso, el trino de las alondras y los zarceros, una gozada.
El agua, fría, pero limpísima, ¡aún hay esperanza!
Dentro de unos días, cuando el turismo de masa llegue a Llanes, el panorama será distinto, pero creo que aún es buena playa para junio y septiembre.
En todo caso, el interés real de esta playa es que está engarzada como una joya en un paisaje de ensueño, bajo la ermita, rodeada de acantilados de lo más fotogénicos, y a la vera del cabo de San Antonio, lo que la hace ser el centro de gravedad de un conjunto que personalmente, me dejó en estado de plena felicidad.
Esta playa hay que pasearla, y hay que rodearla con la mirada para poder ser disfrutada a conciencia.

Pero, como en el caso de la playa, las aves estaban dentro de un conjunto paisajístico único, porque ya no abundan por Asturias los praos litorales, con sus setos vivos, con sus murias de piedra, con su ganao roxo, y con sus ondulaciones apropiadas para hacerle una emboscada inesperada a tu pareja y retozar.
Creedme, bajo este cielo, y con esta mullida almohada, se puede uno morir de gusto.