
Obligada para los asturianos que venimos del País Vasco es la parada en
Castro Urdiales, aunque solo sea para estirar las piernas, comprar unos exquisitos pasteles y solazarnos con la belleza de esta villa.
El puerto.
Subiendo en dirección a la
Iglesia de Santa María de la Asunción, una maravilla del gótico.

No del todo bien cuidada como se merece en su entorno.
El ábside es maravilloso.

Aunque entre los contrafuertes se adivina el mal de la piedra.
El conjunto, con el
Castillo de Santa Ana, es sencillamente espectacular y denota el gran poder que tuvo Castro Urdiales en el medievo.

Bajando al Oeste, la curiosa
playa del Pedregal.
Y finalizamos en el extremo de la villa con la preciosa
playa de Ostende, magnífica postal.

Con una mini colonia de
gaviotas patiamarillas (Larus michahellis) para disfrute del gaviotero que uno lleva dentro.