
La casualidad hizo que coincidiese nuestra llegada para pernoctar en Guadalupe con el encendido de luces de navidad, todo un espectáculo que congregó a cientos de personas y que nos dejó un poco descolocados, ya que esperábamos tranquilidad total después del largo viaje.
Con todo, hay que decir que el espectáculo fue precioso, y que de noche nos animamos a dar un largo paseo ya que Guadalupe lucía increíble.
Guadalupe es
Ya al día siguiente madrugamos y pudimos ver con más detalle el enorme Real Monasterio de Sª Mª de Guadalupe, dominando todo el lugar.

En sus muros, una gran colonia de
avión roquero (Ptyonoprogne rupestris).

Y otro buen montón de
estorninos negros (Sturnus unicolor).
Por dentro de la Iglesia del S. XIV, gótica, pero que presenta decoración barroca, una maravilla con 3 naves rotundas y potentes columnas.

Declarada oficialmente basílica, el retablo del S. XVII impresiona.

El monasterio se amplió sucesivamente y es un auténtico museo, lleno de obras de El Greco, Zurbarán, Goya y un largo etcétera.
Alejándonos del edificio nos damos cuenta de la proporción tan enorme que guarda, todo en este pueblo gravita a su alrededor.
Aunque el patrocinio de Guadalupe llama mucho la atención, hay que reconocer que está muy bien cuidado, y que el turismo ha sabido respetar pero a la vez aprovechar su esencia.
Las calles más céntricas son un hervidero de gente y de turistas, pero muy llevadero.

Ya a las afueras de Guadalupe, las vistas más bonitas.
Las calles tradicionales, engalanadas de auténticos jardines verticales.
Pues nos fuimos con ganas de volver en otra ocasión, y nos dirigimos hacia el Pico Villuercas y sus muchas sierras paralelas, que veíamos a simple vista desde el casco urbano...
...y que veríamos mucho más de cerca aquella misma tarde.