
Todavía me dio más pena al examinar someramente el cadáver: si ampliáis la foto se ve la pista de su muerte: literalmente estaba plagado de garrapatas justo debajo de la línea de las púas.
Odio las garrapatas, me resultan unos bichos repulsivos, me las llevo con frecuencia de vuelta a casa del monte y es un peñazo quitártelas, y además tengo a una paciente con enfermedad de Lyme por culpa de una picadura y es una enfermedad muy molesta, así que lo siento por ellas, pero este erizo me da una razón más para no querer saber nada de parásitos, especialmente de los erizos.
Como decía el gran Gerald Durrell en alguno de sus libros, que recomiendo, en los que narra histriónicamente sus esfuerzos por llevar de la mejor manera su siempre extravagante colección zoológica, quien tiene una posición optimista respecto a las bondades de la madre naturaleza es que no he tenido nunca que desparasitar a un animalito con sus propias manos. Como a mí me tocó sacarle varias decenas de pulgas, y después ver cómo expulsaba, tras medicarla, varias docenas de gusanos ascaris por la boca a mi siempre recordada gatita Vera, puedo darme el gusto de ser escéptico hacia los parásitos y decir que no los echaría en absoluto en falta en un mundo hipotéticamente libre de ellos.