El sábado tenía ganas de ventilarme un poco, a mí y a la familia que los pobres estaban ya podres de verme en bata por casa, así que decidimos hacer la senda accesible que va desde
Misiego a la playa de Rodiles.
Es una senda con tablas de madera, lisa y llana, perfecta para mi pie renqueante, además daban muy buen día y me apetecía sacar paisajes en la cámara.
Bueno, eso lo dejo para otro día, porque la mañana fue preciosa y merece una entrada propia.
Ahora voy a hablaros de los
rascones (Rallus aquaticus), especie que había oído mil veces pero que nunca he visto, y siempre le tuve unas ganas...
Bueno,
pues el amigo Miguel pilla fenomenal a unos rascones que se encuentran muy cercanos a esta senda, ya le había expresado la envidia que le tenía por verlos tan hermosos cuando a mí se me resistían...hasta este sábado, porque siguiendo sus indicaciones los encontré.

Juro que solo eché un vistazo rápido por si sonaba la flauta, porque hacía calor, eran las 12 y pico, no dejaban de pasar personas y perros, mi chiquillo (como siempre) iba dando voces, y yo, con el swing que me marco cojeando tenía un aspecto como de muñeca monster high colocada de orujo y sin peinar.
Pero contra todo pronóstico apareció uno, un poco lejano, y yo con el objetivo gran angular puesto en la cámara...fueron todo nervios y cagamentos, al final le eché unas fotos horribles y me dio tiempo a observarlo unos segundos a prismáticos.
¡Y yo ya era feliz!
Hasta que oigo un ruido a mi izquierda, como a 5 metros de mí, y veo al otro rascón, tan tranquilo, enfrente mío, y sin inmutarse. Casi me caigo de culo del susto, le metí un rafagazo a la 40 D que ni los fusilamientos del 2 de mayo.
Bajo "el arma", y allí sigue...
Y de hecho, allí siguió. Estuve 5 minutos echando fotos y observándolo sin falta ni de prismáticos, una de las cosas más raras que me hayan pasado con las aves, porque un bicho tan cauteloso y retraído para nada me esperaba que me diese esta oportunidad.
Inolvidable, y todo gracias a Miguel, sin sus descripciones, yo nunca me hubiese parado a atisbar entre la vegetación, y me los hubiese perdido. A partir de ahora para mí esta charca es la charca de los rascones.
Pude disfrutar no solo de un ave esquiva, también pude observar su comportamiento, sus movimientos rápidos y nerviosos, el picoteo incesante en busca de comida.
Realmente a veces te conformas con observar un segundo a un ave que no conocías, y te vas muy contento con el bicho en la cabeza. pero esto era algo más, creo que la combinación era perfecta...¡si hasta la luz para las fotos era estupenda!
Cuando me marché, porque no quería hacer esperar a la familia, allí seguía (el otro ejemplar estaba igualmente al descubierto, pero al fondo del regato, más lejos), y no se asustaba, estaba claro.
Y a la vuelta de la excursión, allí estaban de nuevo...increíble.
Pues nada, lo bueno de estos pequeños milagros es poder contarlos, y este así os lo cuento.