De camino a Castellón, decidimos parar en Teruel. No lo conocíamos, y nos habían dicho que bien valía el esfuerzo de viajar desde Asturias (7 horas).
Y, efectivamente, fue todo un descubrimiento, a pesar del calor de agosto.
Nos alojamos en Hotel Sercotel Torico Plaza, tan céntrico que la plaza mayor de Teruel (la plaza del Torico), estaba bajo la terraza de la habitación. Estupendo. Disfrutamos de los desayunos en las cafeterías de la plaza, del agua fresca de la fuente del Torico, y de unas cenas a base de ternasco que aún me chupo los dedos.
Una vez descansados del viaje, nos iniciamos en el estilo mudéjar, que impera en Teruel, y que es causa de su inclusión entre las ciudades patrimonio de la humanidad.
El mudéjar, básicamente, es el estilo que desarrollaron los artesanos musulmanes bajo el dominio cristiano (hasta que fueron expulsados), dándole un aire a la arquitectura religiosa única en Occidente, salvando quizás la monumentalidad de la Sicilia periislámica. Vamos, que mudéjar sería lo contrario a mozárabe, en rasgos gruesos.
¿Qué caracteriza al mudéjar? Pues la utilización de materiales típicos del islam, como el estuco, el yeso, y el ladrillos, que se contraponen a la pesada piedra de la cristiandad. Además, la arquitectura islámica no incluye figuras, prohibidas por la ley coránica, por lo que se sirven, esplendidamente, de vidriados, azulejería y complicados motivos geométricos para decorar las fachadas, en este caso, en teruel, dominan el ladrillo marrón, y las cerámicas violetas y verdes. El efecto es magnífico, y es una pena que la relación de este arte con el islam fuera peyorativa en su tiempo, poniéndose por detrás de estilos más famosos, como el gótico o el románico. Aún hoy en día, ciertos prohombres de este país siguen empeñados en que es una arte "menor", contrastándolo con la arquitectura medieval cristiana, por motivos religiosos e ideológicos más que trasnochados, ellos se lo pierden.
Por los materiales empleados, era una técnica relativamente barata y rápida, y se adaptaba perfectamente a los cascos antiguos estrechos que caracterizan las ciudades islámicas. En el caso de Teruel, podemos pasar, hoy en día, por debajo de torres con muchos siglos de antigüedad, formando parte del entramado urbano, como es el caso de la maravillosa Torre del Salvador, que además tiene un excelente museo del mudéjar.
Desde su cima podemos divisar toda Teruel, en un mirador perfecto. Los tejados, sin estridencias, nos recuerdan el pequeño tamaño de la ciudad, y la armonía que reina entre las alturas de sus edificios modernos, que respetan las verticalidades de las torres mudéjares.
De izquierda a derecha podemos ver el Seminario (color azul), la Torre de San Martín, y la de la Catedral.
Otra torre absolutamente apabullante es la de San Martín, cercana a la catedral. ¡Qué maravilla!
Y por fin llegamos a la catedral. Por fuera es coqueta, con su decoración resumen de todos los estilos propios del mudéjar (perdón por la foto, pero es una plaza muy pequeña, con tráfico, y la única manera de sacarla fue hacer varias fotos pequeñas y pegarlas, lo que añadió mucha aberración a las líneas rectas).
Sin embargo, el tesoro es su interior, con un techo de artesonado en madera, que es la "capilla sixtina" del mudéjar. Merece muchísimo la pena entrar y dejarse las cervicales.
En fin, nos encantó Teruel, además hay un tren turístico que enseña todo lo interesante en un circuito cargado de adrenalina: mover un tren turístico en unas calles peatonales tan estrechas fue todo un desafío para el conductor.
Las afueras, de estilo ciudad-jardín, parecen muy tranquilas, y ofrecen calidad de vida, otras ciudades más grandes deberían aprender. Entre el casco antiguo y el ensanche, una escalera neomudéjar reflejaba lo más interesante del mudéjar en la escalinata que salva el desnivel.
Os dejo un mapa turístico, porque hay muchas más cosas que ver que esta breve reseña.
¡Hay que venir a Teruel!
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