Pues también pasamos por Albarracín, nos habían comentado las bondades del pueblo, y algunas se confirmaron, y otras, claramente, no.
Arquitectónicamente, Albarracín apabulla desde el primer vistazo en la carretera: enriscado, con las murallas a un flanco, y la torre de la catedral al otro, es apabullante a lo lejos.
Una vez dentro, la subida por sus callejuelas es un placer, lleno de vistas diferentes a cada esquina que doblábamos. Un montón de postales.
La vega que se extendía a sus pies tampoco desmerecía.
Subiendo hacia la catedral, mucho grupo de turista, con pinta de no tener muchas ganas de subir cuestas, y con los guías metiéndolos a la fuerza en las típicas tiendas engaña-turistas. ¡Qué pena!
El núcleo de la catedral era una maravilla a la vista.
Esta catedral la denominaba Julio Llamazares la más pobre de España. Ciertamente, aislada, no era gran cosa, pero el conjunto monumental era una delicia.
Lástima tanto turismo desordenado, que no pintaba gran cosa en un lugar tan privilegiado.
Como penosa fue la comida que nos dieron, más típica de un bar de carretera en Sudán que de la deliciosa comida que se sirve en el resto de la provincia. Si el turismo es esto, y esto va a sacar a los pueblos con encanto de la pobreza, creo que es bastante penoso, se pueden hacer mejor las cosas. pagar poco no siempre tiene que equivaler a mala calidad, pero si para encima los servicios turísticos y de hostelería de una población son caros y de calidad terrible, condenan a toda una comarca a depender del único turismo que se acercará por allí: el de calidad también pésima.
Lástima, porque Albarracín bien merece otra cosa.
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