Como antropólogo, me enseñaron a usar la herramienta del
extrañamiento, del pensamiento crítico basado en el descubrimiento de pequeños
(o grandes) fallos en las vidas cotidianas de una población concreta.
Esto te convierte, en mayor o menor medida, según el caso,
en un ser permanentemente estupefacto ante la cotidianeidad de los demás.
Tuve oportunidad de comprobarlo en las vacaciones familiares
en la Comunidad Valenciana. Durante una visita a la playa del Saler, comenzaron
a llegar medusas, del diámetro de un plato sopero.
Se trataba de aguamalas
(Rhizostoma pulmo), una medusa no muy peligrosa, pero sí muy irritante.
En la zona donde estábamos flotaban en gran número, e iban llegando según las
depositaba el oleaje. Como había familias enteras con niños en el agua, pensé
que habría que avisar urgentemente al servicio de salvamento y extraer del agua
a la gente.
Pero el socorrista, con total naturalidad, me dijo que no me
preocupase, que esto era lo NORMAL, y que estaban preparados para socorrer a la
gente que se fuese pinchando con ellas, como así sucedió. Ante mi cara de
perplejidad sincera, me dijo en tono un poco más peyorativo que en el Norte (me
cazó el acento asturiano) sería raro,
pero que aquí era COSTUMBRE. Y efectivamente, la gente seguía bañándose
tranquilamente, esquivando los bichos...
No volvimos más al agua, y lo más curioso es que mi hijo,
que nunca había visto una medusa, no volvió al agua tampoco, sin que le
dijéramos nada, a pesar de que le vuelve loco el mar.
Analizando esta situación, estoy seguro que si en la playa de
San Lorenzo de Gijón se produjese en pleno agosto una arribada de medusas de
esta magnitud, se cerraría la playa, los niños correrían asustados a sus
toallas, y posiblemente al día siguiente sería noticia en prensa, y se
debatirían en un pleno del ayuntamiento medidas (seguramente las habitualmente
ridículas de siempre) para marear el problema.
¿Por qué esta diferencia? Técnicamente, valencianos y
asturianos disponemos del mismo cerebro, y nos pican igual las medusas, pero
evidentemente la diferencia debe estar en la cultura de cada uno, en la
“costumbre” que nos falta a los del Norte. ¿Sí, o no?
Pues yo diría que no, trataré de explicarlo.
El recurso a las costumbres ancestrales de cada grupo local
como explicación de sus diferencias respecto a las costumbres del vecino es
parte de lo que en filosofía de la ciencia llamamos FUNCIONALISMO. Esta
explicación nos dice que, puesto que una costumbre es positiva para un pueblo,
y esa costumbre se adapta a las peculiaridades propias de este grupo humano, se
tenderá a repetirla, y a hacer de esa costumbre parte de una cultura propia, e
incluso a perpetuarla y glorificarla, de manera no consciente e inocente, como arte, o alta cultura, y expresión identitaria.
El funcionalismo tiene un corpus científico detrás
apabullante, y de hecho las principales tendencias en sociología y antropología
del siglo XX son el funcionalismo (a secas), y su hermano mellizo, el
estructuralismo, que se basa en la pervivencia de estructuras sociales en el
tiempo, con los mismos argumentos. Y eran teorías usadas por todo el espectro
ideológico, desde la más rancia derecha conservadora, hasta el marxismo, que
hacía del comunismo algo lógico y que se impondría de manera natural entre los
pueblos por su bondad inherente.
Pero a finales del siglo XX, y de manera muy minoritaria
dentro de la ya de por sí minoritaria ciencia antropológica, se empezó a cuestionar
el funcionalismo, y a darle la vuelta a la tortilla.
La recién nacida antropología política decía que la
costumbre no nace sola, y que cuando algo nos llama la atención de una cultura, por su aparente irracionalidad, no hay
que buscar entre los motivos para su supervivencia una supuesta costumbre
ancestral, positiva para ese pueblo y perfectamente adaptada a la idiosincrasia
local, sino que hay que buscar quién fue el primero o los primeros que crearon
esta norma o esta costumbre, y contra quiénes la crearon, y sobre todo: ¿para
quién es el beneficio de que siga vigente esa supuesta costumbre natural?
Por dar un ejemplo célebre, se pensaba que el respeto
extremo y fuera de toda lógica que se tiene a las vacas en la India se debía, a
secas, a su religión, que prohibía su sacrificio, y las hace animales sagrados.
Marvin Harris, un evolucionista-materialista, de tendencias marxistas, usaba el
funcionalismo más clásico al decir que no, que lo que pasaba era que los
productos que daba la vaca (leche, estiércol y arado) eran más provechosos para
los pobres en la India, que su propia carne, y que era un prodigio de
adaptación a las pequeñas explotaciones familiares de la India.
Los antropólogos de la rama política tienen bastante mala
baba, y un espíritu crítico muy agudo, y lo que vienen a decir es que no basta
con analizar para qué sirve supuestamente una costumbre actualmente, sino que
hay que hacer labores de arqueología y localizar cuándo apareció un determinado
proceso, y en qué condiciones lo hizo. Y lo más importante, saber quién o
quiénes se beneficiaban de la aceptación de la población de la nueva costumbre.
Así nació el concepto de explicación de los actos humanos no
como costumbres positivas que se iban adecuando a cada grupo humano, sino como
acciones muy conscientes y nada inocentes, de una élite (económica, política,
sexual, religiosa, cultural, hay de muchos tipos) que impone una acción nueva a
la población, y que lentamente, va confundiéndose con “lo típico”
de un pueblo.
El concepto de poder es revolucionario en ciencias sociales,
por cuanto la mayoría de lo que hacemos, lo que pensamos, lo que comemos, o
incluso lo que soñamos, como demostraron Bourdieu, Foucault, o Lewellen, no se
deba acciones libres y conscientes, sino a acciones predeterminadas por lo que
la élite espera de cada individuo (para el beneficio de la élite, que es la
que, realmente, sí que hace lo que le viene en gana, en todo momento).
En el caso de las vacas en la India, se investigó, y se vio
que ya hace milenios que las castas más altas obligan las más bajas a no
consumir vaca, y que en un principio, los únicos que podían abstenerse de esta
prohibición…eran la casta sacerdotal, y los jainistas, religión rival a
la hinduista, que fueron quienes inventaron tan curiosa norma moral. (Peor
les fue a los propios discípulos del jainismo, a los que se les acabó prohibiendo
directamente consumir animales, aunque, vaya, vaya, sus sacerdotes, en la
práctica, disfrutaban, en la época en la que se creo este tipo de ayuno
drástico, de un ayuno, por así decirlo,tirando a orgiástico.)
Y del prodigio de adaptación, nada, ya que los vecinos
musulmanes de la India consumen carne de vaca, y les va la mar de bien, o en
todo caso, son igual de miserables que quienes no consumen carne de vaca, y si
los hindúes actuales prosperan, lo hacen no manteniendo las costumbre
ancestrales, sino, como suele suceder en todas partes, olvidándose por completo
de ellas
¿Qué qué tiene que ver esto con las medusas?
Pues que las medusas hace escasos años que infestan el Mediterráneo, y que son la manifestación más evidente del destrozo en forma de
pesca excesiva de sus depredadores y contaminación masiva de las aguas, pero
como no interesa en absoluto a la casta dirigente, ni a la casta económica,
acabar con las causas del desequilibrio ecológico que está acabando con el mar
Mediterráneo como sistema, resulta más fácil realizar desde hace pocos años una
campaña de lavado de cerebro en la que se intenta (con notable éxito por lo que
he comprobado) tomar como natural lo que es completamente anormal (la invasión
de medusas), y mediante la falacia funcionalista, dar por normal la costumbre
de soportar estoicamente la aparición de las medusas en las playas, reforzando
la atención a pie de playa por parte de los servicios de salvamento, pero sin
considerar para nada la posibilidad de acabar con las causas, reales y
evitables en su mayoría, que son la punta del iceberg de lo que está por venir
con toda seguridad (que en unos pocos años habrá que nadar con neopreno en el
mediterráneo para no salir del agua amoratado a picaduras)..
Teniendo en cuenta que el turismo es un factor económico, y
sobre todo, fáctico, de apropiación del territorio, y de creación de élites
políticas, cualquier amenaza a un modelo como es el turismo de masas, de sol y playa
crea una reacción que consiste en negar la contaminación, la especulación
inmobiliaria o el turismo de nula calidad, y, al contrario, expresar por todos
los medios las bondades del sistema para sus ciudadanos, bondades que son la
excusa para seguir la rueda, a pesar de lo reciente del fenómeno en su
totalidad, y de lo ilógico que resulta que lo que empezaron siendo unas playas
salvajes e idílicas, ahora sean una cloaca en las que haya que aparentar
normalidad cuando te pican unos bichos que jamás habían existido aquí, y mucho
menos, en tal número.
Pero caemos de la manera más tonta en la mentira, en la
falta de memoria, y en comulgar con ruedas de molino.
Creedme, en las playas a las que van las élites, los
poderes, que existen, que no son los que creemos, no hay medusas, y si las
hubiera, les parecerían tan extrañas y repuganates como a mí.
Por cierto, lo que sí es normal, y completamente natural, y nada alarmante, es que haya nariegos
(Trachinus draco) en Asturias. Estos peces, semienterrados en la arena, pican
que se matan.(Foto de Stefano Guierreri, en wikicommons).
Así de deforme me dejaron el pie hace unos años, desde entonces
llevo escarpines en las playas en marea baja.
Pero esto es positivismo, y es igual de falaz e irracional que el
funcionalismo, pero de eso hablaremos otro día.
Espero no haber aburrido a los lectores con esta entrada. Hay
que darle un poco de vueltas al cerebro, y analizar la “realidad” diaria, os daréis cuenta de lo
simple que es el mundo, y de lo complejo que nos venden que es, para que no
veamos lo fácil que nos manejan. Fácil no, facilísimo.
Desde el desayuno hasta la cena, hay mil y una costumbres de la normalidad, que como diría el siempre lúcido Juan José Millás, "no son lo que parecen, no son lo que me han contado".
Desde el desayuno hasta la cena, hay mil y una costumbres de la normalidad, que como diría el siempre lúcido Juan José Millás, "no son lo que parecen, no son lo que me han contado".
Quién dijo aburrimiento. Todo lo contrario; me has evocado algunas de mis clases de primero de carrera en la Facultad... Qué tiempos. Y anda que no ha llovido. No te voy a negar que pican, pero tú tampoco puedes obviar que sin bellísimas. Hace pocos meses tuve la oportunidad de verlas varadas en... precisamente en las playas de Valencia. ¿Habrá medusas en otros sitios? Abrazos.
ResponderEliminarEs que el tema es muy espeso.
ResponderEliminarme alegro que te recordase otros tiempos, a todos nos queda lejos la facul...
Sí, son una preciosidad, pero concentradas en determinados sitios...algo va mal por allá abajo.
Muy interesante! volveré al blog!
ResponderEliminarCuando quieras, gracias.
Eliminar