En antropología, ciencia social especialista en darle muchas
vueltas a todo, somos expertos en enredar al límite con el concepto
presuntamente objetivo de la ciencia. Tanto es así que fue en la antropología
donde primero se definieron varios de los sesgos que terminaron definitivamente
con el concepto científico de la propia ciencia.
Así, cuando se re-estudiaron determinadas poblaciones
humanas que habían sido descritas en tratados clásicos de principios del siglo
XX, se descubrió que sus características, 50 años después, no tenían ninguna
similitud, pareciendo diferentes por completo, a pesar de ser poblaciones
aisladas y teóricamente estables en el tiempo.
Después de mucho elucubrar, y de aplicar la autocrítica en
la especialidad (los antropólogos no se caracterizan precisamente por su
corporativismo), se vio que lo que Boas, Radcliffe-Brown, o Malinowski
describían como dogma científico respecto a las costumbre familiares o
matrimoniales, o incluso las propias mediciones antropométricas o de
aprovechamiento económico del entorno, no se sostenían y resultaban
absolutamente incoherentes con la realidad.
¿La razón? Pues muy sencilla, a toro pasado, pero muy
complicada de establecer en la práctica cotidiana, como se puede comprobar en cualquier estudio
científico actual.
Entre otros, 2 sesgos, el de autoridad y el del informante.
Así, se tenía costumbre (digo tenía, pero en muchas ciencias
se sigue haciendo) de estudiar a los sujetos más prominentes, o teóricamente
importantes de la comunidad social, ya que en teoría son los más representaivos
de ésta. La realidad es bien distinta: si solo estudiamos a los miembros
teóricamente activos, sesgamos el estudio, no se estudian los ancianos, los
niños, las mujeres que están en las casas, los enfermos, los locos, los
incapaces. Al final, se basa todo en muy pocos individuos, y las cosas salen
como salen.
Ejemplos de este sesgo, abundantes y evitables aplicando las
directrices de la filosofía científica son, por ejemplo, el estudio de los efectos farmacológicos de los
medicamentos en varones jóvenes (las mujeres quedan excluídas por poder estar
embarazadas, los niños por niños, y los ancianos porque presentan muchas
enfermedades concurrentes). Resultado: los medicamentos teóricamente inocuos,
puestos a disposición de la población real, y total, dan contraindicaciones a
porrillo, de manera que el medicamento se aprueba, pero solo es al cabo de los
años cuando se acumulan montañas de efectos adversos, y de verdad se sabe el efecto secundario práctico, y no teórico.
En ecología, y es a lo que vamos, hay determinadas especies
“estrella” de las que siempre están pendientes los científicos, de manera que
cuando se aplican directrices de conservación, puede pasar que en un paraje se
modifique una carretera porque haya un rodal de acebo (Ilex aquifolium),
especie protegida pero no escasa, aunque sea lo único interesante del lugar.
Y mientras tanto, se puede autorizar destruir por completo y
para siempre un ecosistema entero, interesante y productivo, porque haya tenido
la mala suerte de tener ni una sola especie en un listado que sea una de las 3 ó 4 que manejan los técnicos como especie "protegidísima".
Casos de estos hay a montón.
Bueno, ¿qué tiene esto que ver con el águila real (Aquila
chrysaetos) y el bisbita alpino (Anthus spinoletta).
Pues es un ejemplo de sesgo de rango: la semana pasada me
fui a Laciana, y disfruté de varias excursiones por la zona. En una de ellas,
nos acercamos a las Fuentes del Sil, en el límite con Asturias, bajos los Picos
de la Mortera y la Peña Orniz. Territorio propicio para encontrarse grandes
rapaces, como así fue: nos encontramos a menos de 10 metros de distancia un
bando de 8 buitres leonados (Gyps fulvus), y la visión de un magnífico
ejemplar juvenil de águila real.
¿El detalle? Que los vimos accidentalmente desde dentro del
coche, y con la cámara metida en el maletero. En cuanto nos movimos, se
espantaron.
Y menudo cabreo me llevé para casa, pensando en las fotos
que podía haber sacado de tener la cámara a mano. Irrepetibles.
Por otro lado, vi en 2 días más bisbitas comunes (Anthus
pratensis) que los que se ven por Gijón en todo el invierno: cientos. Y no les
saqué ni una foto, a pesar de haberlo podido hacer sin ningún problema.
Hasta que un bisbita aislado, más grande, más oscuro, sin
marcas en el dorso, el pico amarillo, bigotera oscura, las patas oscuras, el
barrado lateral de la cola blanco, y moteado irregular sobre pecho y flancos
blanco inmaculado me hizo darle fuerte al obturador de la cámara: era un
bisbita alpino.
He visto multitud de águilas reales cuando hacía montaña, y siguen impresionándome. pero están muy vistas.
Sin embargo, he visto pocos bisbitas alpinos. Y sin embargo no me fui contento de poder fotografiándolo pensando en el águila real que se me escapó.
Esto es un sesgo de rango: elijo una especie sobre la otra, incluso cuando objetivamente sería más interesante elegir a la especie más rara para mí.
¿Y qué decir de los pobres bisbitas comunes, a los que no les hice ni caso? Creo que merecían una foto.
Porque si pensamos en términos ecológicos, una sola águila real no tiene el papel que tienen los bisbitas comunes, y el resto de pequeñas aves que despreciamos. Pero el sentimiento estético es así de humano.
¿Y qué pasa cuando se produce este sesgo? Pues que automáticamente va ligado a otro sesgo: el sesgo del informante: yo creo que son más importantes las águilas reales (falso) que los bisbitas, pero es que además, transmito esa opinión a un blog, y quien no sepa de aves puede creerse que en un supuesto reportaje sobre Laciana, hay un montón de águilas reales y muy pocos bisbitas, ya que le daría más importancia a las 1as que a las 2as.
Y si leyesen mi blog, en las diferentes entradas, podría pensar que las gaviotas son las aves más abundantes e importantes de Asturias, ya que copan mucho terreno en él.
Esto, que aquí parece obvio, se da mucho en ciencia, en la santa y teóricamente fría ciencia, objetiva...¿o no?
Pues no, la ciencia es un metalenguaje, una creación occidental con sus códigos y sus jergas, creadas por cerebros humanos, y tan humana como sus creadores.
Los científicos se ocupan, en 1er lugar, de temas puntuales, no llegan a todo, ni mucho menos, no son omnipotentes, ni todo cae bajo el ojo escrutador de la ciencia occidental: la paradoja del mapa, un clásico, dice que si queremos representar la realidad de un área geográfica en un mapa, debemos seleccionar qué se va a incluir, y qué se va a perder: si intentamos, en un esfuerzo de verosimilitud y objetividad, incluirlo todo en el mapa, el mapa acabaría siendo tan grande como la realidad, ¡es imposible!
Así que hay que seleccionar lo que se estudia, lo que se describe...pero lo que, por selección, dejamos fuera, ¡aún sigue existiendo! No lo olvidemos, por definición, y por pura lógica, la ciencia NO PUEDE explicarlo ni describirlo todo. Porque teóricamente, es imposible de manejar la totalidad.
Además, la selección no es ni aleatoria, lo que sería estúpido, ni inocente: escogemos lo que nos gusta, y yo añadiría que lo que nos interesa, y los intereses son humanos, y por tanto imperfectos y de difícil justificación si hablamos de objetividad: el positivismo es una falacia que lleva instalada en los idearios de la ciencia occidental menos de lo que pensamos, y creemos que es inevitable.
Realmente, no.
¿Deberíamos renunciar a estudiar las águilas reales? NO, pero deberíamos repartir esfuerzos, porque estamos al borde de conocer cada ejemplar que aparece, exhaustivamente, y eso es la falacia del mapa: estamos sobrerrepresentando a demasiadas especies.
¿Deberíamos fotografiar a cada uno de los bisbitas que se nos crucen? Tampoco, eso sería antieconómico, y poco práctico, pero sí deberíamos abrir los ojos a nuevas realidades que, por pequeñas, poco atractivas, o (y esto es importante) poco demandadas por el público, siempre aparecen infrarrepresentadas. Porque las borramos de ese teórico mapa (en este caso mental) desde el 1er filtro.
No sé si ha quedado claro, pero me arrepiento de no buscar más bisbitas, de no tratar de fotografiarlos más a menudo.
Y además, me siento más tranquilo aunque haya perdido la oportunidad de fotografiar a las grandes rapaces tan cercanas. Son grandes, poderosas, y ocupan en el simbolismo humano un puesto primordial. Pero no son las únicas aves que hay, y ni siquiera las más importantes o imprescindibles para un ecosistema.
La ciencia es una creación humana, imperfecta como nosotros, y con nula autocrítica. Como nosotros.
Y no nos basta con caer en sesgos, que además desconocemos o si los conocemos, pasamos de ellos.
Es que además erramos, y muchos de los estudios que se sesgan conscientemente, además contienen errores de base, que hay que evitar.
Así que intento pedir disculpas al bisbita alpino con este artículo, y evitar un sesgo de infrarrepresentación (el bisbita), y de sobrerrepresentación (el águila), pero para ello, debería evitar también un error: confundir el bisbita alpino, por ejemplo, con otra especie. Porque eso desbarataría el argumento antes ya de empezar.
Eso es lo más difícil.
Y no nos basta con caer en sesgos, que además desconocemos o si los conocemos, pasamos de ellos.
Es que además erramos, y muchos de los estudios que se sesgan conscientemente, además contienen errores de base, que hay que evitar.
Así que intento pedir disculpas al bisbita alpino con este artículo, y evitar un sesgo de infrarrepresentación (el bisbita), y de sobrerrepresentación (el águila), pero para ello, debería evitar también un error: confundir el bisbita alpino, por ejemplo, con otra especie. Porque eso desbarataría el argumento antes ya de empezar.
Eso es lo más difícil.
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