Siempre estuve interesado en la literatura de
la generación Beat estadounidense, y Burroughs era uno de los ejemplares más
paradigmáticos de esta corriente: escribía como los ángeles, tocaba muchos
estilos artísticos diferentes, y su vida personal era tanto o más interesante que sus
relatos: drogadicto confeso, bisexual, siempre en líos con la justicia y huyendo a diferentes países, pinceló
de tonos autobiográficos su obra, revolucionó el estilo narrativo, vivió mucho, y aún así, fue un superviviente
que llegó hasta una edad muy avanzada, y murió rodeado de amigos y admiradores
que supieron arroparlo generación tras generación, hasta nuestros días, y lo más difícil: con un estilo de vida absolutamente dislocado, fue capaz de ganarse el reconocimiento en vida de público e instituciones oficiales, tanto de vanguardia como gubernamentales.
(Fuente de la imagen: Wikimedia commons).
Artista pleno, supo adaptar sus múltiples
inquietudes a diferentes formatos artísticos, y además de haber influído en
muchos artistas jóvenes que leían sus relatos, participó en películas como
actor y guionista, en otra ocasiones se adaptaron sus cuantos y narraciones
cortas (a mí sigue resultándome espléndida "La navidad del Yonki", que podéis ver aquí, hecha por Coppola) e incluso una de mis canciones
favoritas, “Star me Kitten”, de REM, está "cantada" por él, y esa voz senil y
cazallosa es un portento y un milagro de mestizaje entre armonía musical y
letra de poder.
Algo también típico de esta generación, y que me resulta atrayente, es la aparente armonía en la que unos escritores cultos y enamorados
de los refinamientos del arte convivieron con lo más sórdido de la calle y con los
personajes más truculentos que nos podamos imaginar, lo que causó gran
controversia y rechazo en los círculos más académicos de las artes
norteamericanas en su día, mientras los outsiders, loosers y demás familia alternativa
los erigía como canon del existencialismo a la americana.
No es nada sencillo hallar poesía en lo
sórdido, y Burroughs lo consigue como nadie. Rompió muchos tabúes, y abrió la veda de una
literatura dura llena de realismo mágico, no exenta de un cariño cálido
sobre sus protagonistas rotos y con unos giros dramáticos que siempre dejan sitio
a un humor incómodo y doloroso.
Yonki es un librito corto y de narrativa
directa que no se deja nada en el tintero, habla a las claras de la relación
del protagonista con las drogas, partiendo de un consumo esporádico, hedonista
y descuidado por parte de un joven absolutamente normal, hasta llegar a un uso
y abuso desquiciado que controla su vida por completo. Fue su 2ª novela, publicada en los años 50, ¡un atrevimiento para la época!, bajo seudónimo, y es su novela más formal, en el sentido literario, ya que después practicó una narrativa, basándose en el surrealismo, el corta y pega, y los experimentos formales y la poesía, mucho más difícil de leer.
(Fuente de la imagen: Wikimedia commons).
Podría parecer por tanto un relato moralista,
o al contrario, un canto al uso recreativo de las drogas como gran diversión,
pero no es ni lo uno ni lo otro, ya que en el fondo, es un gran fresco, neutro y desapasionado, de la
época, de las prohibiciones absurdas y la persecución despiadada que las leyes
en aquellos tiempos causaban a los drogadictos, que por otro lado retrata como nada
que haya leído el proceso de dependencia creciente y el cúmulo de enfermedades,
problemas y tragedias que el uso de cualquier droga sin control acaba
provocando en el individuo.
Ni más ni menos que un relato etnográfico en
1ª persona de la drogadicción en el mundo occidental, sin tabúes, sin
moralinas, y sin falsas esperanzas: no hay nada bonito, no hay esperanza y
ninguno de sus personajes alcanza nada parecido a la felicidad en su consumo;
acaba convirtiendo a cada uno de sus protagonistas en condenados a satisfacer
compulsivamente su vicio sin ningún atisbo de salida alternativa.
El propio Burroughs fue adicto desde la adolescencia hasta su muerte anciano, y bajo los efectos de la politoxicomanía mató por accidente a su esposa, no estamos hablando de un simple investigador del tema, sufrió toda su vida por culpa de su dependencia.
Definitivamente, un relato nada
autocomplaciente que recomiendo leer, y que si tuviese un hijo adolescente,
casi casi le obligaría a leerlo, es toda una vacuna contra las ganas de caer en
el consumo de drogas, y ojo, Burroughs, como conocedor de casi cada droga del
universo, da una guía de cada una de ellas, habla a las claras de su
peligrosidad, sin caer en el falso prejuicio de creer que son más peligrosas
las más penadas, o las ilegales: toda substancia, deja claro en cada línea, es
susceptible de destrozar tu vida, ya sea alcohol, antidepresivos, anfetaminas,
o heroína, tengámoslo en cuenta, y huyamos con todas nuestras fuerzas del
consumo habitual, pero no castiguemos al consumidor, es una víctima, del
traficante, de la sociedad que no da alternativas, y sobre todo, de sí mismo.
Un clásico.
Fénix tu podrías darle a tu hijo adolescente buena dosis de Naturaleza, ella nos salvó a muchos en aquellos años difíciles donde tantos amigos quedaron en el camino. Me ha emocionado tu entrada. Un abrazo.
ResponderEliminarA mí me tocó la juventud en un barrio devastado por la droga, pero afortunadamente unos buenos padres y el deporte, las buenas amistades y un pocod e suerte me apartaron de este camino, afortunadamente.
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