Amaneció un día espléndido, y decidí cambiar el plan para ir a la isla de Gozo: buen plan, porque al día siguiente no paró de llover.
Así que autobús al otro extremo de la isla, para poder cruzar el estrecho brazo de mar que separa la isla de Malta, cosmopolita y urbana, de la isla de Gozo, un paraíso tranquilo y lleno de pueblos y agricultura.
Desde el ferry ya se vislumbraba la isla vecina.
O debería decir islas, porque a medio camino está la mítica isla, para los soñadores, gente con ganas de perderse, y especialmente, los buceadores, de Comino, una lengua de tierra que tiene una playa rodeada de aguas turquesas, la famosísima Blue Lagoon.
Ejeeem, la vimos desde el barco, y en Asturias hay una docena de playas de aguas mejores, y con más encanto, pero mejor que no se entere el turismo internacional, porque viendo la cantidad de taxis-barco que estaban por allí (en noviembre, no me imagino en agosto), mejor que otros se lleven la fama, nosotros nos quedamos con las playa a secas.
Llegando a Gozo, por el pequeño puerto de Mgarr, el paisaje impresiona: una isla plana por el centro, acantilada por todo el perímetro, absolutamente llena de cúpulas de iglesias: una en cada pequeño pueblo, es la concentración más alucinante que he visto de arquitectura religiosa, si exceptuamos Roma y Venecia, que también me sorprendieron.
Autobús para la capital, Rabat, que los británicos (cómo no) transformaron en Victoria, y paseo por la Medina, que sigue con el mismo callejero que en la época árabe: una maravilla de piedra caliza, presagio de lo que veríamos (pero a lo bestia) al día siguiente en la ciudad más grande de Malta, Rabat, y su propia Medina.
La catedral, pequeñita, pleno barroco, espléndida, y con unas vistas increíbles.
Y en su interior el mismo decorado barroco, llenando de mármoles la vista, las tumbas en los suelos, pan de oro por todas partes: deslumbrante. Una sola diferencia: no le pudieron poner cúpula: no hay problema, la pintaron por dentro, y parece que la haya, tal es la maravilla de los frescos del techo.
Desde el exterior se domina TODA la isla (no eran tontos los árabes), esta panorámica, aunque sea un poco incordio, merece la pena verla en grande, o mejor descargarla y ampliarla: se ve todo el Norte de la isla de un vistazo. Pequeños pueblos, grandes iglesias, terrenitos de vid, cereales, frutales, un paisaje para perderse.
A destacar, sin duda, porque se ve desde toda la isla, la iglesia del pueblo de Xewkija, absolutamente enorme, la 4ª ó 5ª cúpula más grande del planeta, en un pueblo que no llega a los 1.000 habitantes. Es una iglesia que no llega a los 40 años, y cuyo interés es indudable, aunque nos perdimos en el autobús de vuelta y no la pudimos ver más que de lejos.
Comimos en Victoria, de nuevo hasta casi reventar, disfrutamos de los calamarini, del queso de oveja de Gozo, y del buen vino blanco Maltese Falcon, ¡qué recuerdos!
Pues vuelta al autobús, al ferry (ni una condenada gaviota en el mar), y al hotel, cansadísimos pero plenamente satisfechos por la excursión.
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