Al día siguiente, tiramos directos a desayunar al Café
Cordina, un local bicentenario, con fama de caro pero pintoresco:
satisfizo todas nuestras expectativas. Pedimos un capuchino y un par de
croissants rellenos de crema y chocolate, y cuando ya habíamos tomado el café, y pensábamos que se
habían olvidado de traernos los pasteles, un camarero, ataviado con la librea
que hoy en día solo sale en las películas de época victoriana, nos avisó,
quizás preocupado por nuestra cara de decepción, que los pasteles se hacían “en
directo”, y que tardaban un poco, ¡alucina, vecina! Así que lo pagamos por el tremendo café y los
exquisitos y recién hechos pasteles mereció la pena. Fue nuestra 1ª experiencia
con el estilo tranquilo de la restauración maltesa, exquisita en aromas y
sensaciones, pausada en el trato, sin prisas, y con mucho mucho cariño en todo
lo que hacen...igualito igualito que en España, vamos...
De allí nos fuimos a la Co-catedral de St John,
una construcción mamotrética por fuera, enorme, encajada en el casco urbano,
con tan poco espacio alrededor que me fue imposible sacarle una foto entera,
tuve que cortarlas y unirlas, lo que se nota en esta foto retocada, muy mala
por la angulación, pero solo para que os hagáis una idea.
Sin embargo, por
dentro, era todo esplendor y oropeles: una maravilla de mármoles, frescos y
dorados, barroco puro en cada pared, en cada techo, el culmen de este estilo. Las fotos no son
muy buenas, porque la luz era escasa, y no se podía usar ni trípode ni flash,
pero al menos dejaban tirar fotos en estas condiciones, cosa que en España está
vedada, por desgracia.
Y las capillas, otro gozo, una por cada "casa" de la orden de Malta, menudos eran los maestres...
Además disfrutamos de las obras de Caravaggio, que pasó parte de su vida aquí y tiene un oratorio con parte de sus mejores pinturas. Casi nada.
Salimos hacia el Museo Arqueológico, y nos empapamos de
hipogeos, enterramientos y monumentos megalíticos varios. Los europeos del
neolítico, toda una rama de la prehistoria vacía y por explorar. Aprendimos
muchas cosas.
Y bajamos al embarcadero, y al ferry que cruza la bahía en 5
minutos para llegar a Sliema, pocas veces un viaje tan corto da vistas tan
hermosas: desde el barco podíamos admirar la fachada Oeste de La Valletta,
que se enseñoreaba con la aguja de la Catedral anglicana de St Paul
y con la gran cúpula de la Iglesia de los Carmelitas.
Sliema, al otro lado de la bahía y puerto de
Marsamxett, es la zona más turística de Malta, y se prolonga hacia
el oeste en varias zonas diferentes. Podéis ver un mapa aquí.
Para conocerlas, atravesamos por el mismo medio de la
población, y milagrosamente, porque el lío de callejuelas, de un trazado
claramente árabe, se las traía, conseguimos llegar al otro extremo de la
península, en su límite con la zona de St Julian. Aquí, de nuevo, un
paisaje excepcional, con la Iglesia de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Y los edificios neovictorianos enmarcando Balluta Bay.
Allí mismo paramos a comer, en lo que parecía un chiringuito
de comida rápida, pero resultó un restaurante de amistoso servicio e increíble
comida. Yo me zampé un rissotto de perdiz que pesaría un kilo, las raciones
enseguida nos dimos cuenta que son enormes, no así el vino, que por razones de
impuestos, es mucho más caro y escaso que en España, al contrario que la
comida (a reventar en todas partes).
Y de allí, por toda la fachada de la península, en dirección
Este, comprobando que ni a lo lejos se veía una simple gaviota, ¡qué decepción!
Fue un buen paseo, que acabó en el único centro comercial de
Malta que se puede denominar así. Entre tiendas de playmobil (hay fábrica en
Malta), y de ropa interior Piccininno, que están por todas partes (suele
suceder que los países fervorosamente religiosos como es Malta, tengan una
afición desmedida por la lencería picante...), llegamos al mirador del que dispone el centro, que de
nuevo nos proporcionó una vista de La Valletta, en la otra orilla, bellísima.
Nos tomamos un spresso lungo en la terraza del lujoso
Hotel-Spa Fortina ¿Cómo no se van a agarrar los ricos a sus privilegios
existiendo maravillas así!!!!!
Y después de callejear un poco buscamos la Iglesia del Sagrado Corazón de Sliema, que desde lejos parecía enorme pero estaba tan encajonada que sospecho
se diseñó para envidia de los que la veían de lejos, aunque de cerca fuese más
sencilla.
Pues nada, vuelta al ferry, una vueltecita por La Valletta,
y para el hotel. Cansadísimos, pero llenos de nuevas experiencias.
El 3er día, nos fuimos a la isla de Gozo, que como su nombre
indica, fue pues eso: un gozo.
En la próxima entrada de este blog.
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