Por fechas y por ganas, sabíamos que teníamos que andar pendientes de encontrarnos con los paíños, y tuvimos suerte esta vez.
No fue hasta el tramo más lejano de nuestra salida, cercanos al cantil, cuando, detrás de unos arrastreros, vimos una gran masa de aves. Se atrajo a gran parte de ellas (charranes, fumareles y paíños) com el chum, el aceite y los gusanitos, y a partir de ahí fue coser y cantar.
Fueron una docena de paíños europeos (Hydrobates pelagicus), los que vais a ver en estas fotos.
Además, vimos brevísimamente un paíño de Wilson, tanto que hay que apuntarlo como supuesto, y además, dentro del grupo de europeos se coló un paíño boreal, también muy poco rato, tanto que sólo se confirmó con las fotos de algunos de los fotógrafos de a bordo, para los demás pasó desapercibido.
Aunque todos les sacamos cientos de fotografías, fue complicado sacar algo decente. Entre lo pequeños que son, el oleaje, y que se mueven más que el cantante de Boney-M, es tarea de expertos sacar nada decente al objetivo. Como había fotógrafos extraordinarios entre el pasaje, decir que hubo quien sacó auténticas maravillas (no yo, ya se ve).
Para el tamaño que tienen, vuelan rapidísimo, nos siguieron sin ningún problema durante más de 1/2 hora, y los disfrutamos un montón.
Como mariposas, sin llegar a mojarse mucho las patitas, picoteando los pequeños trozos de grasas y pescado, quebrando el vuelo anárquicamente, siempre como colgando de sus alas.
Fue realmente muy divertido, y, al contrario del fulmar, estuvieron tanto tiempo a nuestro lado que pudimos disfrutar, por momentos a ojo limpio, de sus características más específicas.
Aunque sale en todas las guías, no es hasta que tienes una observación en estas condiciones tan buenas que te das cuenta de lo mucho que destacan el gran obispillo blanco, la mancha blanca que recorre por debajo el ala, y el aspecto uniforme de la cara superior del ala. Desde luego tuvimos suerte esta vez con los paíños.
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