sábado, 1 de septiembre de 2018

Una parada en Zaragoza

Aprovechamos que teníamos que parar en nuestras vacaciones familiares a Jávea para conocer brevemente (2 tardes) Zaragoza, la última de las grandes ciudades de España que no conocíamos.











Por su cercanía a los hoteles donde estábamos alojados, empezamos por la Basílica del Pilar, un edificio enorme y colorido frente a la plaza del Pilar.













Nos gustó más el exterior que el interior, ya que nuestra falta de devoción cristiana nos impidió ser partícipes del bullicio y la gran fe que se respiraba entre los peregrinos a este templo mariano.















Pero su arquitectura de ladrillo y estuco, típica aragonesa nos encantó, y su presencia masiva llena de adornos, cimborrios y demás decoración barroca, articula la plaza de tal manera que visualmente siempre domina sobre la otra Catedral de Zaragoza, la Seo, aquí al fondo.











La plaza tiene un ambiente excelente, está de día y de noche llena de gente, y a los 40ºC que teníamos la abundancia de terrazas y heladerías nos salvó la vida. Recomendamos la comida del Real, repetí el ternasco DGP.
La Catedral de Zaragoza nos gustó más, con una fachada curiosa, de una sola torre, barroca, al lado de la fachada neoclásica, que contrasta fuertemente por su color claro. El hecho de ser una catedral con varias edificaciones anexas e inclusas, hace que desde fuera no se aprecie el gran tamaños de las 5 naves y múltiples capillas, lo que hace que se disfrute mucho más desde dentro que por fuera.











Una pena que se destruyese la portada mudéjar, porque visto los retazos de la arquitectura típica aragonesa que hay en el exterior, debió ser preciosa en sus tiempos.
Es en esta zona exterior de los ábsides donde se ve la parte creo más interesante, con zonas románicas que alternan con el estilo mudéjar.





















El arco y la casa del Deán, de estilo plateresco y mudéjar enmarcan espectacularmente los límites de la catedral.















A la vuelta, paramos de nuevo y esta vez dedicamos la tarde a visitar el Palacio de la Aljafería, sede actual del parlamento aragonés, y por ello fuertemente vigilada.

El interior, tal y como se detalla en la interesante exposición museística que recorrimos, se ha reformado completamente durante los casi 1.000 años que van desde el pasado esplendoroso de la época de los reinos de taifa, la reordenación tras la reconquista y conversión en el palacio de los reyes de Aragón, y la dejadez que casi destruyó el edificio hasta que gracias a unos poco estudiosos se pudo recuperar ya en el siglo pasado, hasta darle la forma actual, llena de contrastes.










Los jardines típicos árabes fueron todo un alivio del calor que reinaba aquella tarde.












Los salmeres en S, una seña de identidad de este espléndido palacio.












Hay zonas muy castigadas en las que se ha intentado mantener los elementos más bellos y característico, rellenando los espacios en mal estado. merece la pena porque el arte musulmán de la época trabajaba con maestría con el yeso y el estuco.






Grafitis de otra época, en la que se uso el palacio como cárcel por la inquisición.











La zona de la sala principal del trono de Aragón, usado por los Reyes Católicos, impresiona por la riqueza y simbolismo de sus techos mudéjares.











En definitiva, merece mucho la pena visitar Zaragoza, y eso que vimos sólo una pequeña parte.


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