Pasamos una mañana de julio inolvidable descubriendo los rudimentos del anillamiento científico en paseriformes. Acostumbrados a colaborar en anillamiento de aves bastante menos frágiles como gaviotas con malas pulgas, nos resultó todo un ejercicio de delicadeza lo que pudimos ver.
Para la mayoría de los que nos habíamos apuntado, al no haber participado nunca en ninguna de estas acciones, les sonaba a ciencia ficción y alucinaron viendo todo el despliegue de anillas, mangas, sacos, tablas, libretas y demás. A nosotros, con algo más de conocimientos, nos sorprendió positivamente la eficiencia y rapidez con la que los pajarillos pasaban, en escasos minutos, de estar atrapados en una red con cara de no entender nada, a ser pesados, medidos, marcados y felizmente y sin un solo rasguño, libres de nuevo.
Las redes japonesas que el grupo local de SEO, que además de amables y pacientes, eran todos unos profesionales con décadas de experiencia y fueron muy amenos en sus explicaciones, habían colocado, se encontraban al borde del pantano del Hondo, escondidas tras los carrizos, y atraparon a un buen montón de carriceros comunes (Acrocephalus scirpaceus), y a un par de jilgueros (Carduelis cannabina).
Fue toda una demostración de habilidad con las redes, porque sacar a estos pequeñuelos sin lastimarlos de la maraña de las redes (en un pis pas) no vale para gente con los nervios destemplados.
Nos explicaron un buen montón de datos interesantes fruto de muchos años de tablas, y unos cuantos de esos datos apuntan a lo fieles que son los insectívoros residentes en El Hondo a la hora de volver, año tras año, a anidar en practicamente la misma masa de carrizo desde que nacen hasta que mueren.
En definitiva, una mañana para recordar, a pesar de los mosquitos, el calor y el olor que un pantano sobrecalentado desprende en plena canícula de julio. Mereció la pena.
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