domingo, 9 de septiembre de 2018

Marjal de Pego-Oliva (I)

Me fui a visitar el Marjal de Pego Oliva y volví con cierta decepción. Había mucho movimiento de aves e insectos, y desde luego el paisaje es un vergel de humedad rodeado de tanto secarral en pleno julio, pero al ser tan intrincados tanto el carrizal como el arrozal, más que ver, se intuía la naturaleza.













Los ullals, afloramientos del agua, crean un hábitat maravilloso, muy cercano al mar, y rodeado de colinas, es una especie de oasis que aprovechan muchos seres vivos, un auténtico tesoro.


















La ruta es muy sencilla, ya que el terreno es llano, pero al ser muy intrincada la traza de caminos agrícolas, puede uno acabar caminando muchos kilómetros.












Aunque este espacio natural está marcado en los accesos tanto desde Pego como desde oliva, no es del todo sencillo dar con el punto de inicio.











Recomiendo llevar la ruta en el GPS si no queremos dar alguna que otra vuelta.
















Si por algo me gustó la experiencia, teniendo en cuenta que casi no se pueden ver grandes aves, porque (como es lógico) se esconden muy bien en el carrizo, fue por la gran abundancia de paseriformes del carrizo y de sus presas, especialmente libélulas y mariposas, aunque para abundancia, los mosquitos, hay que llevar protección. Los más abundantes en cuanto a aves, los carriceros comunes (Acrocephalus scirpaceus). Por cientos.







Mucho menos abundante es la buscarla unicolor (Locustella luscinioides).
















Tuve la inmensa suerte de tenerla justo delante durante un par de segundos, es un pájaro muy esquivo, y no fue fácil clasificarla, ya que en principio pensé en un carricero. Al ver las fotos, y tras consultar con unos cuantos colegas, parece que puedo tachar esta especie de las que nunca había visto, una gran alegría, aunque sin la furtiva foto no hubiese sido consciente de lo que estaba delante mío.




Multitud de pajarinos alimentándose de los abundantísimos insectos y de las también enormes cosechas de semillas silvestres, como verderones comunes, carboneros comunes, gorriones comunes, golondrinas comunes, vencejos pálidos, aviones comunes, jilgueros (Carduelis cannabina), lavanderas blancas...






A destacar la abundancia de abubillas (Upupa epops). No es un ave rara, pero siempre te alegra verlas, aunque fuese a lo lejos, ya que no había donde esconderse para acercarse.










Y lo dicho, fue difícil, casi un poco enojoso, poder seguir a las aves grandes: las había, y bastantes, pero se oían, o sólo se veían unos segundos trasladándose entre los carrizos y el arrozal.









En las superficies encharcadas se oían multitud de ánades azulones (Anas platyrynchos), rascones, fochas comunes y gallinetas comunes, pero era imposible verlos.









De garzas, había garza imperial (Ardea purpurea)...








...garzas reales (Ardea cinerea)...













...garceta común (Egretta garzetta)...









...y garcillas bueyeras (Bubulcus ibis). Sí, efectivamente, era visto y no visto y no siempre la cámara estaba a la altura de las circunstancias.













Algún morito (Plegadis falcinellus), volando lejos y alto.












Las únicas fáciles de ver, las muy abundantes palomas torcaces (Columba palumbus), por su costumbre de posarse en los cables.




Lo dicho, un paraíso, más para el oído, por la agradable mezcla de reclamos con el murmullo del agua por todas partes, que para la vista, que se perdía entre tanta línea vertical infranqueable de carrizal y arrozal.

En la siguiente entrada pondré un pequeño ejemplo de la abundancia de insectos, otro tesoro.

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