Ya conocía la inmensa obra del nóbel Miguel Ángel Asturias por el libro “Hombres de maíz”, que leí por causalidad al
encontrármelo en la cabecera de la cama de un hotel de Lugo (cosas de la vida),
y cuando cayó en mi kindle “Señor Presidente” no sabía muy bien lo que me iba a
encontrar, pero intuía que iba a ser algo bueno.
¡Y lo era!
Como en “Hombres de maíz”, la acción
transcurre tortuosa, pero intensa, y las primeras páginas son todo un manual de cómo
impactar al lector. Los personajes que presenta, variopintos por ser de las
capas más lúgubres de la sociedad indígena guatemalteca de los años 20 del
pasado siglo forman una red de sufrimiento y dolor que ya no nos abandona hasta
el final del libro, y que nos indica bien a las claras que no hay ni
perspectiva vital ni esperanza para ninguno de ellos, no nos engaña Miguel
Ángel Asturias con falsas promesas de final feliz o almibarado. Claramente nos
cuenta la vida misma, en sus condiciones más crudas, y aquí no hay posibilidad
para la redención, o para la escapada, no es una novela de redención o de
transformación: es una pedrada en la cabeza que te deja pensando durante muchos
días y que ya nunca olvidas.
Si además nos situamos en la Centroamérica más
profunda (recordemos que Miguel Ángel Asturias, además de escritor, fue
diplomático de Guatemala, y está claro que conocía a la perfección a la
sociedad de su país), y que narra la peor época para su población, bajo el yugo
del dictador estrada Cabrera, veremos que los personajes son rehenes de su
condición social, de su raza indígena, de su pobreza, de su propio país.
Van sin rumbo porque carecen de libertad, de
iniciativa, nacen esclavos de un destino truncado, y mueren a causa de los
demás, sin poder demostrar nada, ni bueno ni malo, que no tenga relación con
los designios del dictador, que se extienden a todas las fases de la vida, y en
cada hora del día.
Porque lo más importante, y lo que más nos
hace sufrir leyendo esta obra tan hermosa como terrible, es que la historia que
nos cuenta es una historia universal, y de plena actualidad: la impunidad
absoluta de la clase dirigente sobre la población obrera, la imposición del
terror mediante el brazo ejecutor de la policía, del ejército, de una iglesia
corrupta y tenebrosa y de una clase terrateniente que aún practica la
esclavitud, el genocidio y la violación de todo derecho humano, escondido bajo
una delgada capa de supuesta alta clase social, educación, y exquisitez que no
puede verse sino como una gran hipocresía y una verdadera falta de la más
mínima decencia y humanidad.
Me recordaron algunos personajes a las pinturas negras de Goya, terribles, pero reales, no son ensueños, o pesadillas de las que uno despierta, esto es aterradoramente verídico.
Pero es que el estilo, el lenguaje, la métrica
de la narrativa en este libro, son apasionadamente libres, te desarbolan con su
lenguaje, con los quiebros estilísticos, oníricos entre tanta tristeza. Si un
poema es a una canción, esta obra es una sinfonía: sube, baja, te lleva con el
sonido y la cadencia de sus palabras, exquisitas, exactas, nuevas, en su mezcla
del castellano y los dialectos mayas.
Después de leer unas páginas, a uno le da
vergüenza intentar juntar 2 palabras, porque jamás lo harás como lo hace Miguel
Ángel Asturias, que atropella la narración, o la para en seco con el simple uso
del lenguaje, pocas veces se puede ver un tono tan exuberante, ni unos
rendimientos tan altos de nuestra lengua castellana, es absolutamente
maravilloso cómo escribía este hombre.
El personaje que da nombre al libro, el presidente,
es todo un compendio de la mordacidad de los “big men” latinoamericanos:
excesivo, populista, terrorífico en lo privado y con una red pública tan amplia
de gente a su servicio que puede decir sin miedo a equivocarse que el estado es
él, y por tanto le pertenece.
Poco sabemos de su vida, pero todos sus vicios
se ven claramente en los vicios de sus subalternos, que no son más que órganos
al servicio de su degenerado cerebro.
Traidores, arribistas, psicópatas, militares
corruptos, y malvados sin más descripción medran en esta sociedad, en un
torbellino de suciedad, injusticia, muerte y falta de inteligencia que te
desarma pero te convence: no hay posibilidad ninguna de cambio, la élite se
autoperpetúa, devora a todo el que se atreva a buscar la inteligencia, la
decencia o simplemente el perdón, y no hay lugar para la disidencia: se vive o
se muere a la sombra del cacique. Se niega la ciencia, el conocimiento, el
sentido común: si el presidente dice que el Sol sale por el Oeste, ha de salir
por el oeste, y quien diga lo contrario será ejecutado. (Fuente de la foto: Noticias Guatemala).
El antagonista del presidente, y de todos quienes
le sirven, el general Eusebio Canales, simboliza el hastío de quien busca una
sociedad sino perfecta, sí que, al menos, más justa, más lógica, menos
tenebrosa, y cuando sale al exilio, cree que volverá, que se ha ido por la mala
casualidad, que hará justicia en el camino, pero poco a poco se da cuenta que
la lucha es un camino sin retorno, que lo sepultará poco a poco en la selva, en
la montaña, en el olvido, sin remedio.
Finalmente, una breve reseña para la hija del
coronel, Camila, cuya inocencia provoca toda la acción, y cuya vida y su casi
muerte provocan las única bocanadas de aire puro en el relato, aunque vengan
del amor de un traidor y de un asesino, Miguel Cara de Ángel.
Puede intuírse que quizás la vida que sale de
su vientre simbolice un futuro en paz, pero otras criaturas durante el relato
sufren una suerte muy distinta, yo me quedo con el bebé al que separan de su
madre, que se muere de hambre, y que cuando consigue volver al pecho de la
madre, ya no hay posibilidad ninguna para él, cubierto de veneno, ni la más
pura, la más básica, la más inocente de las relaciones humanas, la de una madre
y su recién nacido, se respetan: el bebé muere, la madre se vende a una casa de
citas. Fin de la historia.
No tan crudamente, pero la historia se repite
para Camila, asimilada a su clase, pero ni disfruta el amor, ni la libertad, ni
el hijo: todo está premeditadamente perdido de antemano, no hay redención, todo
termina, más tarde o más temprano, en la cárcel, en la disentería, en la
diarrea, en el pico del zopilote.
Miguel Ángel Asturias, en fin, teje una madeja
de realidad, no hay ficción, solo humanidad, la humanidad más negra y descarnada
que podamos imaginar, aunque no haga falta mucha imaginación: cada día más
frecuentemente, cada día más cerca de nosotros, la injusticia, el horror y el
sinsentido se imponen.
Hay que leer “Señor Presidente” para entender la Latinoamérica del
siglo pasado.
Hay que leer “Señor Presidente” para entender en qué se podría transformar la Europa del futuro.
Del futuro más inmediato, me temo.
Os lo recomiendo.
¡Ah! Una reflexión: El 70% de la tierra fértil en Guatemala sigue en poder del 0,15% de la población.
A buen entendedor...
Y seguro que con el apoyo de los amigos norteamericanos....es decir, de las empresas norteamericanas que se aprovecharán de esos cultivos....
ResponderEliminarY de algún amigo español, me temo.
EliminarMe lo apunto. Tu crónica es estupenda
ResponderEliminarTe va a encantar, aunque vas a sufrir. A Anina, que doy por seguro que lo haya leído, le sonarán aún muchas situaciones de cuando estuvo por allí.
EliminarOye, pues me has dejado con ganas de leerlo. Me gusta mucho esta nueva sección tuya!
ResponderEliminarsalu2
Me alegro, Alberto, no todo van a ser pájaros...anímate a leerlo, que está genial.
Eliminar