Después de unas paradas muy decepcionantes en Viveiro y O Vicedo, nos resarcimos en cuanto bajamos a la playa de Cariño, allí, al poco rato, pude enseñarles a los maveos a Phil, la gaviota de Bonaparte (Chroicocephalus philadelphia) que lleva varios años invernando en Cariño.
Para algunos de los presentes era su primera Bonaparte, y estuvimos tan tranquilos al lado de este ejemplar que dio tiempo de sobra para explicarles las sutiles pero grandes diferencias que la separaban de otras gaviotas reidoras que la rodeaban.
Felicitar a los amigos por saber medir perfectamente la distancia de seguridad, lo que nos permitió no sólo estar un buen rato gozando de esta pequeña gaviota. También pudimos retirarnos al otro extremo de la playa a observar a los ostreros sin levantar ni alterar a ninguna de las gaviotas, y eso no es fácil si no hay una cultura muy clara de respetar la tranquilidad del ave.
De nuevo un acercamiento discreto y lento nos facilitó la tarea de acercarnos lo suficiente al grupo de ostreros (Haematopus ostralegus).
Magníficas aves, que nos dieron todo un recital de idioma ostrero, se comunicaban entre ellas en todo momento, y hubo incluso alguna trifulca entre ellos.
Son otras aves habituales de esta localidad, donde las he visto más cerca y con mejor luz que en ningún otro sitio que conozca.
Estaban también en la playa los correlimos tridáctilos (Calidris alba), recorriendo activamente cada grano de arena en busca de su sustento.
Puede que nos nublase el raciocinio estar rodeados de tan notables bichos, pero la triste realidad es que estaba flojo en relación a otras visitas, sin apenas gaviotas, sin colimbos, alcas o negrones en la lámina de agua, y en concordancia con el invierno tan pobre en el Cantábrico, poco movimiento de aves marinas pudimos ver.
En los prados alrededor, algunos ejemplares de bisbitas pratenses que se largaron sin foto, y un buen bando de pardillos comunes (Carduelis cannabina).
Y finalizamos con unos estorninos negros (Sturnus unicolor), pastando despistados.
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