Para los que nos gustan los inviernos crudísimos, este que terminó fue más que decepcionante. Poca nieve, poco frío, pocas olas, poco de todo.
Hace hoy justo un mes, el único, posiblemente, coletazo de frente atlántico potente que sufrimos llegó a Gijón.
No era gran cosa, en comparación con tiempos pasados, pero pude disfrutarlo al máximo. Al coincidir con carnaval, fue mucha la gente que lo apreció.
Desde El Rinconín, talmente parecía que las olas, de unos 5 metros, se iban a comer El Muro de San Lorenzo.
Fui coincidiendo con la marea alta, y en el Puente'l Piles metía algo de miedo ver la altura a la que llegaba el agua combinada de río y mar.
Ya en primera línea de playa, parecía que las olas, en plenitud, podían dar de sí alguna carrera por encima del paseo.
Pero no, se quedó la cosa en un espectáculo visual con poca emoción y mucha expectación, no cundió el pánico en ningún momento.
Siempre que no haya desgracias personales, estos temporales pueden llegar a ser uno de los mayores y más agradables desafíos naturales que aún se pueden ver en una ciudad, pero este año, nos quedamos simplemente con un amago de algo más grande.
Para algunas aves debilitadas, como esta gaviota sombría (Larus fuscus), incluso un temporal de tamaño mediano puede ser letal, lo siento por ella.
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