Obligada para los asturianos que venimos del País Vasco es la parada en Castro Urdiales, aunque solo sea para estirar las piernas, comprar unos exquisitos pasteles y solazarnos con la belleza de esta villa.
El puerto.
Subiendo en dirección a la Iglesia de Santa María de la Asunción, una maravilla del gótico.
No del todo bien cuidada como se merece en su entorno.
El ábside es maravilloso.
Aunque entre los contrafuertes se adivina el mal de la piedra.
El conjunto, con el Castillo de Santa Ana, es sencillamente espectacular y denota el gran poder que tuvo Castro Urdiales en el medievo.
Bajando al Oeste, la curiosa playa del Pedregal.
Y finalizamos en el extremo de la villa con la preciosa playa de Ostende, magnífica postal.
Con una mini colonia de gaviotas patiamarillas (Larus michahellis) para disfrute del gaviotero que uno lleva dentro.
Un sitio del que quedamos enamoraos de por vida y que no cansaremos de recomendar. Ivan, por unos dias no coincidimos allá, y me has dado una alegría al leer esta entrada. Un saludo
ResponderEliminarme alegro, senén, nosotros ya cogimos hace años la costumbre de hacer una paradina siempre en Castro a la vuelta del País Vasco (salvo en verano, que está imposible por el turismo), y siempre parece que es la 1ª vez.
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