La primera ruta que hice me llevó, tras pasar San Fernando, en dirección a la enorme playa de Camposoto, por una vereda, hacia la Punta del Boquerón, inmensa duna rodeada por el Este por el Estero de Sancti Petri, entrada natural que separa la isla del León del resto de la provincia, y a su vez circundada por salinas y marismas llenas de vida, a eso iba yo.
Saliendo del aparcamiento, mucha información, está lleno de paneles todo el camino, me gusta caminar por un terreno natural, pero con mucha intervención en forma de conocimientos que no molestan e informan.
Me llevó como hora y media, parando en muchas ocasiones.
Aprovechaba cada parada para leer la valiosa documentación, y también para parar un poco la sudada que traía entre caminar a pleno Sol (ya hacía calor a las 7 de la mañana) y cargar con el equipo.
La primera parte de la ruta discurre por traviesas de madera, "volando" sobre las dunas y su vegetación.
Enseguida el sendero se transforma en vereda y en un duro caminar sobre la misma arena, la duna es sencillamente bestial.
En las dunas, mucha vegetación, que fija la arena, y también fija a la fauna. Por ejemplo, la retama marina (Retama monospermum), muy abundante en todas las dunas naturales que vi.
Una flor muy hermosa y que me recordó a las dunas de Asturias, en las que aparece en mucha menor densidad, el nardo marítimo (Pancratium maritimum).
Otra más discreta pero igual de escasa y específica de estos ambientes marinos, creo que es el alhelí de mar (Malcomia littorea).
Y ya con las flores muy pasadas de fechas, la manzanilla de mar (Anthemis maritima).
En las zonas húmedas, el junco (Juncus acutus) era el más destacado.
Varios carteles describían la flora en las distintas paradas, un lujo.
Entre tanta vegetación, alguna sorpresa, como este tremendo ejemplar de lagarto ocelado (Lacerta lepida), menuda cara de mal humor.
Sin duda no le faltaría la comida, a tenor de las miles de huellas de coleópteros que surcaban la vereda.
Una vida dura la de los insectos en estos parajes.
Muy abundantes también las huellas de los conejos (Oryctolagus cunniculus).
Fácil seguir sus sendas hacia las bocas de las conejeras, otra cosa será sacarlos de allí.
Al Oeste, la duna continua durante kilómetros, y al Este, las salinas y el Estero, por desgracia, porque a esa dirección todas las fotos salían espantosas, como comprobaréis el próximo día, ya que siempre estaba el Sol de frente, ¡maldición!
En estos fangales y salinas, sin duda el animal más abundante, a veces en cantidades prodigiosas, era el cangrejo violinista (Uca tangeri).
Se escondían en cuanto te sentían llegar, con un rápido movimiento, al barro.
Con un poco de paciencia, se podían ver decenas por metro cuadrado.
Llegando ya al tramo final, nos encontramos con el Estero de Sancti Petri.
Tras los restos de las baterías (Baterías de Urrutia) que guardaban esta entrada posterior de la Bahía de Cádiz, la preciosa punta de Sancti Petri y su puerto deportivo, con la kilométrica barra arenosa de Sancti Petri y La Barrosa. Una maravilla de ruta.
En la próxima entrada, los miles de aves que pude disfrutar, aunque el Sol en contra y la lejanía de las aves acuáticas me decepcionasen (pero solo un poco).
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