Poco antes de marcharnos de vacaciones probamos suerte a ver si conseguíamos bajar a una playa a la que hace años que tenía echado el ojo, y esta vez lo conseguimos.
Fue un auténtico placer que disfrutó toda la familia, ya desde la salida, al Este de Barcia, por un pequeño pero agradable paseo, y esta vez, sin peligro alguno en la bajada del acantilado.
Una vez abajo, aprovechamos la marea baja para caminar más de un kilómetro de arena exquisítamente limpia y de un mar transparente como pocos, con una zona de baño completamente exenta de rocas, ni hecha de encargo.
Caminando hacia el oeste, pudimos encontrar una cascada de aguas gélidas que erosionaba la roca como un púlpito, lo que se unía a la erosión de por sí tremenda del mar para crear cuevas y depósitos de piedras de muchos metros de espesor.
Las vistas hacia el Este, con el Cabo Busto en todo su esplendor, de quitar el aliento.
Al haber marea baja, las rocas al aire dejaban un sinfin de pequeñas pozas llenas de vida que hacen las delicias de los espíritus curiosos.
En fin, una auténtica gozada, en completo silencio (salvo por los pollos de gaviotas patiamarillas y colirrojos tizones) y una soledad que se agradece en pleno verano, lejos de las multitudes que maltratan el paisaje en la mayoría de la costa asturiana por estas fechas.
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