

Me llevó como hora y media, parando en muchas ocasiones.


La primera parte de la ruta discurre por traviesas de madera, "volando" sobre las dunas y su vegetación.

Enseguida el sendero se transforma en vereda y en un duro caminar sobre la misma arena, la duna es sencillamente bestial.


Otra más discreta pero igual de escasa y específica de estos ambientes marinos, creo que es el alhelí de mar (Malcomia littorea).

Y ya con las flores muy pasadas de fechas, la manzanilla de mar (Anthemis maritima).

En las zonas húmedas, el junco (Juncus acutus) era el más destacado.

Varios carteles describían la flora en las distintas paradas, un lujo.

Entre tanta vegetación, alguna sorpresa, como este tremendo ejemplar de lagarto ocelado (Lacerta lepida), menuda cara de mal humor.


Una vida dura la de los insectos en estos parajes.

Muy abundantes también las huellas de los conejos (Oryctolagus cunniculus).

Fácil seguir sus sendas hacia las bocas de las conejeras, otra cosa será sacarlos de allí.

Al Oeste, la duna continua durante kilómetros, y al Este, las salinas y el Estero, por desgracia, porque a esa dirección todas las fotos salían espantosas, como comprobaréis el próximo día, ya que siempre estaba el Sol de frente, ¡maldición!

En estos fangales y salinas, sin duda el animal más abundante, a veces en cantidades prodigiosas, era el cangrejo violinista (Uca tangeri).

Se escondían en cuanto te sentían llegar, con un rápido movimiento, al barro.

Con un poco de paciencia, se podían ver decenas por metro cuadrado.

Llegando ya al tramo final, nos encontramos con el Estero de Sancti Petri.
Tras los restos de las baterías (Baterías de Urrutia) que guardaban esta entrada posterior de la Bahía de Cádiz, la preciosa punta de Sancti Petri y su puerto deportivo, con la kilométrica barra arenosa de Sancti Petri y La Barrosa. Una maravilla de ruta.
En la próxima entrada, los miles de aves que pude disfrutar, aunque el Sol en contra y la lejanía de las aves acuáticas me decepcionasen (pero solo un poco).
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