domingo, 23 de diciembre de 2018

Nueva Tabarca

Desde Alicante cogimos el ferry a la isla de Nueva Tabarca, pocas veces en un espacio tan pequeño lo pasamos tan bien, en tan poco tiempo.

Esta pequeña isla al sureste de Alicante tiene una peculiar historia, ya que fue repoblada con colonos genoveses expulsados en época medieval de dominios conquistados por los otomanos. Como se ve en la foto, la cercanía de la costa alicantina es máxima, tardamos menos de una hora en el barco que nos llevó, una travesía muy animada.

La isla dispone de un pequeño puerto desde el que los visitantes nos dirigíamos bien hacia los abundantes restaurantes, bien hacia los maravillosos miradores, o bien hacia el pueblo, que es muy pintoresco.
Estar en un lugar sin asfalto, con calles de tierra y con un ritmo lento para todo es un lujo hoy en día.










Como el horario de retirada de los transportes era a las 17 horas, tuvimos que patear mucho para poder disfrutarlo todo, y lo conseguimos.











Aunque no hay playas de arena, la costa ofrecía paisajes preciosos a cada curva del paisaje.










El extremo este es particularmente dramático, con salientes rocosos hacia el horizonte, más allá, Argelia.



















A pesar de la aridez del terreno, que provocó el abandono de la isla por sus habitantes en más de una ocasión, pudimos observar muchas aves, como estorninos negros, tarabilla común, mosquitero común, petirrojo, gorriones comunes, colirrojo tizón...perseguidos por un precioso halcón de Eleonora de morfo claro que nos deleitó con sus lances de caza.
Hacia el Este estaban los mejores lugares para las aves marinas, entre las que pudimos ver numerosos cormoranes moñudos de la raza mediterránea, cormoranes grandes, gaviotas patiamarillas, y un par de vuelvepiedras.










Además de la arquitectura tan original de las casas marineras, pudimos observar tres elementos arquitectónicos inusuales para una isla tan pequeña, empezando por el faro...

















...el fortín defensivo...













...y la maravillosa iglesia barroca del S. XVIII de San Pedro y San Pablo.













Si lo aderezamos con un exquisito arroz caldoso con marisco local no se le puede pedir más a paraíso tan minúsculo.

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