sábado, 21 de diciembre de 2013

En mi kindle: Yonki, de William S. Burroughs.

Siempre estuve interesado en la literatura de la generación Beat estadounidense, y Burroughs era uno de los ejemplares más paradigmáticos de esta corriente: escribía como los ángeles, tocaba muchos estilos artísticos diferentes, y su vida personal era tanto o más interesante que sus relatos: drogadicto confeso, bisexual, siempre en líos con la justicia y huyendo a diferentes países, pinceló de tonos autobiográficos su obra, revolucionó el estilo narrativo, vivió mucho, y aún así, fue un superviviente que llegó hasta una edad muy avanzada, y murió rodeado de amigos y admiradores que supieron arroparlo generación tras generación, hasta nuestros días, y lo más difícil: con un estilo de vida absolutamente dislocado, fue capaz de ganarse el reconocimiento en vida de público e instituciones oficiales, tanto de vanguardia como gubernamentales.
(Fuente de la imagen: Wikimedia commons).



Artista pleno, supo adaptar sus múltiples inquietudes a diferentes formatos artísticos, y además de haber influído en muchos artistas jóvenes que leían sus relatos, participó en películas como actor y guionista, en otra ocasiones se adaptaron sus cuantos y narraciones cortas (a mí sigue resultándome espléndida "La navidad del Yonki", que podéis ver aquí, hecha por Coppola) e incluso una de mis canciones favoritas, “Star me Kitten”, de REM, está "cantada" por él, y esa voz senil y cazallosa es un portento y un milagro de mestizaje entre armonía musical y letra de poder.

Algo también típico de esta generación, y que me resulta atrayente, es la aparente armonía en la que unos escritores cultos y enamorados de los refinamientos del arte convivieron con lo más sórdido de la calle y con los personajes más truculentos que nos podamos imaginar, lo que causó gran controversia y rechazo en los círculos más académicos de las artes norteamericanas en su día, mientras los outsiders, loosers y demás familia alternativa los erigía como canon del existencialismo a la americana.
No es nada sencillo hallar poesía en lo sórdido, y Burroughs lo consigue como nadie. Rompió muchos tabúes, y abrió la veda de una literatura dura llena de realismo mágico, no exenta de un cariño cálido sobre sus protagonistas rotos y con unos giros dramáticos que siempre dejan sitio a un humor incómodo y doloroso.

Yonki es un librito corto y de narrativa directa que no se deja nada en el tintero, habla a las claras de la relación del protagonista con las drogas, partiendo de un consumo esporádico, hedonista y descuidado por parte de un joven absolutamente normal, hasta llegar a un uso y abuso desquiciado que controla su vida por completo. Fue su 2ª novela, publicada en los años 50, ¡un atrevimiento para la época!, bajo seudónimo, y es su novela más formal, en el sentido literario, ya que después practicó una narrativa, basándose en el surrealismo, el corta y pega, y los experimentos formales y la poesía, mucho más difícil de leer.
(Fuente de la imagen: Wikimedia commons).







Podría parecer por tanto un relato moralista, o al contrario, un canto al uso recreativo de las drogas como gran diversión, pero no es ni lo uno ni lo otro, ya que en el fondo, es un gran fresco, neutro y desapasionado, de la época, de las prohibiciones absurdas y la persecución despiadada que las leyes en aquellos tiempos causaban a los drogadictos, que por otro lado retrata como nada que haya leído el proceso de dependencia creciente y el cúmulo de enfermedades, problemas y tragedias que el uso de cualquier droga sin control acaba provocando en el individuo.

Ni más ni menos que un relato etnográfico en 1ª persona de la drogadicción en el mundo occidental, sin tabúes, sin moralinas, y sin falsas esperanzas: no hay nada bonito, no hay esperanza y ninguno de sus personajes alcanza nada parecido a la felicidad en su consumo; acaba convirtiendo a cada uno de sus protagonistas en condenados a satisfacer compulsivamente su vicio sin ningún atisbo de salida alternativa.
El propio Burroughs fue adicto desde la adolescencia hasta su muerte anciano, y bajo los efectos de la politoxicomanía mató por accidente a su esposa, no estamos hablando de un simple investigador del tema, sufrió toda su vida por culpa de su dependencia.

Definitivamente, un relato nada autocomplaciente que recomiendo leer, y que si tuviese un hijo adolescente, casi casi le obligaría a leerlo, es toda una vacuna contra las ganas de caer en el consumo de drogas, y ojo, Burroughs, como conocedor de casi cada droga del universo, da una guía de cada una de ellas, habla a las claras de su peligrosidad, sin caer en el falso prejuicio de creer que son más peligrosas las más penadas, o las ilegales: toda substancia, deja claro en cada línea, es susceptible de destrozar tu vida, ya sea alcohol, antidepresivos, anfetaminas, o heroína, tengámoslo en cuenta, y huyamos con todas nuestras fuerzas del consumo habitual, pero no castiguemos al consumidor, es una víctima, del traficante, de la sociedad que no da alternativas, y sobre todo, de sí mismo.


Un clásico.

2 comentarios:

  1. Fénix tu podrías darle a tu hijo adolescente buena dosis de Naturaleza, ella nos salvó a muchos en aquellos años difíciles donde tantos amigos quedaron en el camino. Me ha emocionado tu entrada. Un abrazo.

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    1. A mí me tocó la juventud en un barrio devastado por la droga, pero afortunadamente unos buenos padres y el deporte, las buenas amistades y un pocod e suerte me apartaron de este camino, afortunadamente.

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